Fernando Gracia./ Llega a nuestras pantallas otra de las películas que acumula varias nominaciones para los premios Oscar. Si consigue o no alzar alguna de las estatuillas es algo que desconozco al escribir estas líneas, y también es algo que considero tiene escasa importancia para juzgar respecto a las virtudes que la película pueda tener.
La película en cuestión es “Brooklyn”, melodrama dirigido por el irlandés John Crowley, reputado director teatral y televisivo, habiendo dirigido entre otras producciones algunos capítulos de la exitosa serie “True detective”.
Narra la historia de una muchacha irlandesa que emigra a Nueva York a principios de los años cincuenta del pasado siglo, como tantos miles de compatriotas lo hicieron. Unas pinceladas sobre la aburrida vida en su población de origen, algunos detalles sobre su vida familiar y las lógicas dificultades para adaptarse al ritmo de la ciudad norteamericana componen los primeros compases de la película.
El amor que surge al conocer a un muchacho de origen italiano, la posibilidad que se le brinda de una nueva y feliz vida y el regreso temporal a Irlanda son el corpus central del resto del filme, donde abundan las lágrimas y el habitual tono nostálgico que parece consustancial a los irlandeses.
Analizada objetivamente la película, hay que reconocer que lo que se nos narra es apenas original y por momentos da la impresión de que va a desembocar en un producto blandito, pero afortunadamente esto no sucede, primordialmente porque viene servido por la presencia de una maravillosa actriz, Saoirse Ronan, cuya mirada nos cautiva desde su primera aparición ante la cámara. Créanme que solo por degustar la extraordinaria interpretación de esta jovencísima muchacha -21 años en este momento- merece la pena pagar la entrada.
Confirma la actriz las expectativas creadas alrededor de ella desde que la viéramos en el excelente filme “Expiación”, que interpretó junto a Keira Knightley cuando solo tenía 13 años.
No es, pues, una película excepcional, ni siquiera muy buena, si nos ponemos exquisitos.
Pero, amigos lectores, es tan bonita… Y ya perdonarán quienes pretendan analizarla de forma más sesuda o exijan este tipo de acercamientos a sus posibles bondades. Pero creo que es la forma más sencilla para hacerse entender.
El producto final es exquisito, muy bien ambientado, con unos actores soberbios, el melodrama nunca se desata en exceso, lo suficiente como para que el espectador salga con una sonrisa de satisfacción y para que aquellos que tengan lágrima fácil hayan vertido alguna que otra durante la proyección.
Se puede visionarla en versión original, y en verdad que se lo aconsejo.
La diferencia de acentos, las formas de abordar a las personas del otro sexo en aquellos años, son detalles que se pueden apreciar mucho mejor viéndola de esta forma.
Acompañan a su protagonista femenina dos veteranos de prestigio como Julie Walters, que encarna una patrona de pensión para señoritas, y el gran Jim Broadbent, un cura irlandés que viene a representar de forma amable la importancia de la religión y del clero en el mundo gaélico.
Como curiosidad, constatar la presencia del hijo mayor del gran Brendan Gleesson, que en la película interpreta al apuesto deportista irlandés enamorado de la Ronan.
Estamos ante una hermosa película, más bella que redonda, llamada a gustar mucho al personal, seguramente más que a la crítica. Una película iluminada por la presencia maravillosa de una actriz a la que a cámara le quiere, con unos ojos y una mirada de enorme expresividad, llamada a hacer grandes cosas en el cine… si le dejan y no sucumbe al dinero fácil.
FERNANDO GRACIA