Diego Medina.– En los tres meses que transcurrieron entre el primer y el segundo sitio en Zaragoza se reforzaron las defensas en la mayor medida posible. La intención fue alejar las líneas de defensa de la ciudad lo máximo posible para así retrasar cuanto más el avance enemigo sobre la ciudad. Por ejemplo situando baterías en el Arrabal e instalando fuertes en la zona del Pilar y la Aljaferia además de Torrero-San José.
No obstante, los franceses habían aprendido de sus errores y a la hora de atacar lo hicieron simultáneamente contra esas primeras líneas de defensa mencionadas. Cayeron las situadas pro Casablanca y Torrero y sólo en el Arrabal resistieron el ataque y lograron mantenerse.
Como no pudieron tomar el puente de piedra, los atacantes construyeron sendos puentes sobre el Huerva y el Ebro para acceder más rápidamente a las tapias zaragozanas. Además, los ingenieros diseñaron un complejo ramal de trincheras que los zapadores construirían para acercarse la ciudad.
Había que acabar con los reductos de San José, el Pilar y la Aljaferia. Pero, la toma de la ciudad, no iba a ser tan fácil así que mientras los zapadores construían, los zaragozanos atacaban y hostigaban para impedir sus avances. Desgraciadamente los zapadores cavaban en tres lugares simultáneos y los sitiadores eran muchos más que los sitiados así pues, se imponía la paciencia. El 12 de Enero se tomó el fuerte de San José con el precio de muchas bajas. Con ese flanco tomado, se reanudaron las operaciones de asalto y en 15 días llegaron hasta las puertas de la ciudad. Por un lado, por la orilla del huerva (actual calle Asalto y Paseo La Mina) y por el otro, por la margen izquierda del Ebro.
Por segunda vez solicitaron a Palafox la rendición y por segunda vez fue denegada, habría que tomar la ciudad por las armas.
Fue una lucha lenta y sin cuartel. El mismo mariscal Lannes escribió a Napoleón su famosa carta en la que narraba que pese a que habían abierto numerosas brechas y entrado en la ciudad sus habitantes se defendían con ahínco. Había que avanzar tomando palmo a palmo, casa por casa.
De hecho, tuvieron que destruir prácticamente toda la ciudad para conquistarla. Bombardearon la Universidad, la Diputación, el Pilar, Santa Engracia…. Vencieron también ayudados por la epidemia de tifus que asoló a los zaragozanos (probablemente por agua envenenada) y porque los heroicos vecinos del Arrabal acabaron claudicando y Zaragoza ya se quedó aislada definitivamente. El propio Palafox animaba a la resistencia pero estaba enfermo de gravedad y su segundo y su tercero al mando (O´Neille y Warsage) muertos. Fue a Saint Marq a quien le tocó tomar la decisión de claudicar y rendirse el 21 de Febrero de 1809.
Las condiciones fueron humillantes, incluso hicieron firmar a un Palafox moribundo para luego apresarlo. Instaron a depositar la totalidad de las armas, a liberar a los afectos recluidos y a jurar fidelidad a José I y al Emperador. Prometieron también respetar las propiedades y personas pero no lo hicieron, saquearon y hubo represalias contra las cabezas más visibles de la resistencia que quedaban con vida.
La estancia en la ciudad fue tolerada cuanto menos y en esos años se trabajó por salir adelante.
Napoleón perdía en Europa y en la península sus tropas también perdían terreno. Poco a poco fueron obligados a replegarse. A Zaragoza llegó Espoz y Mina y el 9 de Julio de 1813 los últimos franceses que quedaban huyeron. El último recuerdo que dejaron los innobles sitiadores fue la voladura de la última arcada del puente de piedra. Quizás aun les pesaba el recuerdo de lo mal que se lo hicieron pasar en Altabas o los conventos de San Lázaro y Jesús.
Zaragoza quedó totalmente destrozada. Hasta el punto que hubo que reurbanizarla completamente durante el siglo. Mucha sangre fue derramada, de gente que combatió heroicamente. Su recuerdo perdura en las calles y plazas hoy día. Manuela Sancho, Jorge Ibort, Duquesa Villahermosa, María Agustín, Boggiero, Sangenis, Salamero
Diego Medina Ruiz