Fernando Gracia./ Precedida de una gran acogida por parte de la crítica europea, ganadora de varios premios César,Goya a la mejor película continental y a punto de haber ganado el Óscar a la mejor producción de habla no inglesa, llega a nuestras pantallas “Mustang”, coproducción franco-alemana-turca, firmada por Deniz Gamze Ergüven, mujer de la que no habíamos tenido noticias previas.
La acción nos sitúa en el norte de Turquía, cerca de Trabzon, a las orillas del Mar Negro, o sea muy lejos de Estambul, no solo físicamente. Cinco jóvenes hermanas, huérfanas al cuidado de una abuela, se nos muestran alegres, alocadas, divertidas, ingenuas, casi como caballos salvajes, y de ahí el título de la película, que nos remite a una raza salvaje norteamericana.
Por cierto que no hubiera estado nada mal hacer alguna referencia más clara para que se apreciara la idoneidad del título, ya que me consta que la mayor parte del público no entiende en absoluto su razón de ser.
Su alegría y desenfado serán mal vistos por la cerrada sociedad que les rodea y hará que en pocas fechas les apliquen las más atávicas costumbres que, como es tristemente conocido, se ciernes solamente sobre el género femenino, entendido este como propiedad y moneda de cambio para el género opuesto.
Se pensará que ya hemos visto abundantes películas sobre la situación de la mujer en países sometidos a regímenes y costumbres integristas, pero pienso que la que ahora nos ocupa tiene unos cuantos rasgos diferenciales que la hacen sumamente interesante. Por ejemplo el hecho de desarrollarse en un país, Turquía, a caballo entre Oriente y Occidente, y no solo desde el punto de vista geográfico.
No hay sino que leer la prensa cotidiana para conocer su intento por ser acogidos en la Unión Europea, con reticencia de esta por no ser de “raíz cristiana”. También es curiosa la referencia al mundo del fútbol que se hace en la película, algo en principio asociado a lo occidental y que ha arraigado –y de qué forma, con frecuencia extremista- por aquellos lares.
Se ha comparado este filme con el que supuso el debut de Sofía Coppola, “Las vírgenes suicidas”, y sí tienen algunos puntos en común, aunque los únicos evidentes son que se trata de varias chicas y que el ambiente es opresivo. En la de la hija de Francis Ford abunda más el componente poético y en la turca todo parece más naturalista… salvo el final, que a quien suscribe le ha parecido bastante traído por los pelos en cuanto a su desarrollo, no tanto en cuanto que quiere ser “truffauniano”, en lo que se advierte la presencia de una coguionista francesa.
La directora filma con cámara nerviosa, como salvaje, justificando el título. Se sirve de la buena actuación del elenco, especialmente de la muchacha más pequeña, que lleva el hilo de la narración.
Es evidente que la autora sabe muy bien de qué está hablando, nos quiere presentar una historia de ahora mismo, remarcando que queda mucho por hacer si se quiere desembarcar en la modernidad y apuntando que solo de mano de las más jóvenes puede llegar el cambio.
Tampoco nos pueden extrañar muchas cosas que se muestran en el filme; bastaría que echáramos la vista atrás y recordáramos nuestro propio entorno, y más aún el rural o incluso las pequeñas poblaciones, sin olvidar la presión teocrática.
Un filme interesante, quizá no tan bueno como algunos han dicho, pero con suficientes aspectos destacables como para merecer nuestra atención. Para empezar, no nos deja indiferentes y nos lleva a opinar, lo que no es poco. Y entre esos pensamientos que nos mueven, no deben faltar los que nos conciernen a nosotros mismos y a nuestro país y nuestra cultura, aunque algunos piensen que estas cosas ya han quedado atrás.
FERNANDO GRACIA