Diego Medina.- En la cultura romana el amor y el matrimonio estaba muy ritualizado e institucionalizado. Una boda por ejemplo, era un acto compuesto de numerosos ritos: El velo naranja al amanecer, la procesión hasta el nuevo hogar de los recién casados, las fórmulas en la ceremonia, etc. Pero sobretodo, era un contrato. Con la llegada del cristianismo, los matrimonios concertados, las dotes y demás procedimientos legales continuaron, pero la ceremonia de boda varió para adaptar los rituales a la nueva religión y diferenciarlos de las antiguas costumbres paganas.
Durante la Edad Media, la liturgia se fue puliendo y evolucionando añadiéndose elementos germánicos y también con el refinamiento árabe, porque el cortejo, el matrimonio y la vida marital eran mucho más refinados en la cultura islámica andalusí y algunos aspectos contagiaron a los cristianos del norte, que mejoraron sus costumbres con el refinamiento oriental. En los ss. XII-XIII la cultura evolucionó y aunque todavía existía la moral eclesiástica, la unión carnal destinada tan sólo a la procreación (estos postulados han llegado hasta nuestros días) se desarrolló entre la nobleza la poesía trovadoresca provenzal y el amor cortés, cultivados también en el norte de Italia y en la península Ibérica (Cerverí de Gerona).
En Europa, con Leonor de Aquitania, cuya influencia fue enorme en la difusión de esta poesía por Francia e Inglaterra se convirtió en una moda, los nobles componían poesías en las que se entregaban a una dama en concreto o hacían alusiones al amor y al sexo.
Aunque por amor, bien pocos nobles se casaban. Un matrimonio por amor era privilegio sólo de pobres.
Las bodas eran acontecimientos en los que no se escatimaba en gastos. Habría bodas más ricas y otras más pobres pero se procuraba tirar la casa por la ventana. Planificar y organizar una boda debía hacerse con mucha antelación y con mucha meticulosidad porque conllevaban muchísimos gastos. Aparte de la casa y la dote de la novia, se estrenaban trajes, algo nada baladí, porque la confección de un vestido entre las telas y la mano de obra costaba mucho dinero y más si era de fiesta así que debería durar toda la vida. Se teñiría, se arreglaría y se cuidaría con mimo hasta la muerte.
La celebración, también tenía que ser memorable con música y comida y bebida abundantes para los invitados.
Sin embargo, la mujer, parte igual en un matrimonio convencional hoy día, era un objeto entonces. Una moneda de cambio. En efecto, las mujeres también eran fruto de una discriminación. Es decir, la menor consideración que tenía la mujer en la sociedad en relación con el hombre era algo propio de la cultura, como los hebreos.
La mujer no poseía conocimiento, por lo que el hombre debía pensar por ella, se creía que eran presa fácil del diablo, que las usaba para apropiarse de las almas de hombres incautos como se refleja en capiteles, portadas y frescos de las iglesias románicas. Además, al niño podía educársele de una manera libre, hasta enseñarle a leer y escribir mientras que las niñas eran educadas sólo para ser madres y esposas complacientes.
Así pues, las bodas solían estar concertadas de antemano y eran un contrato entre los consuegros. En lo esencial, no se diferenciaban mucho el matrimonio entre nobles y plebeyos si había dinero de por medio. La mujer, ya fuera princesa o no era entregada a cambio de tierras o prebendas, para consolidar el dominio uniendo el poder de dos familias ya fueran condados o casas ricas en un pueblo.
Diego Medina
1 comentario en «El matrimonio en la Edad Media»
MUCHAS GRACIAS
:—–)