Francisco Javier Aguirre.- El pasado lunes, la compañía Ópera 2001 ofreció en el Teatro Principal una versión de la famosa ópera ‘Rigoletto’, de Verdi, con un elenco de primeras voces nada desdeñable: el barítono Paolo Ruggiero como protagonista, la soprano Pauline Rouillard como Gilda, la hija de Rigoletto, y el tenor David Baños como duque de Mantua, sin desmerecer a los demás artistas en los papeles del conde de Monterone, Maddalena y Sparafucile.
Con la dirección orquestal de Martin Mázik, la sesión respondió a las expectativas que ofrece esta compañía en sus sucesivas comparecencias en nuestro foro: una escenografía adecuada al espacio disponible, un vestuario bien diseñado, y unas interpretaciones de calidad suficiente, sobre todo en los papeles estelares. La orquesta también respondió de la manera acostumbrada, acompañando con bastante precisión el desarrollo del drama.
Se dio una circunstancia singular en uno de los episodios más lúgubres de la trama: el estruendo de los tambores procesionales que circulaban por los aledaños del Teatro Principal acompañó la dura secuencia entre Rigoletto y Gilda, sorprendida en mentira por su padre.
Los aficionados más exigentes desearían disponer de un moderno Teatro de la Ópera como el que se fraguó en la ciudad hace 20 años, cuando se intentó remodelar el Teatro Fleta, saldada la iniciativa con el absoluto fracaso de los gestores culturales del gobierno regional de entonces.
Pero volvamos a la realidad feliz de poder contemplar en directo una obra tan clásica. Hoy existen medios al alcance de cualquiera para disfrutar, aunque sea de manera virtual, de grandes realizaciones operísticas. Los cines Aragonia y Cervantes ofrecen con frecuencia programas de esta índole, algunos en conexión simultánea y otros en diferido. Es una fórmula útil, a pesar de que nada hay como el directo, trátese de música o de teatro.
Volviendo a ‘Rigoletto’, cabe destacar el mensaje último de la obra: la capacidad de sacrificio de la propia vida por amor, como ocurre cuando Gilda decide morir en lugar de su amado. Puede considerarse una actitud romántica, pero hay valores que aun habiendo predominado en épocas anteriores, y siendo y escasos, siguen planteando un reto para quienes reflexionan sobre los alcances del amor.
Francisco Javier Aguirre