ZBN./ Sin duda uno de los actores más carismáticos de la escena española que ha sabido conjugar a la perfección su tratamiento juglaresco de la interpretación es Rafael Álvarez El Brujo, todo un personaje, que nos presenta Los Misterios del Quijote.
Regresa al texto de Miguel de Cervantes como un investigador que abre comillas para apuntalar sus argumentos. El espectáculo comienza con un aire entre burlesco y erudito de una conferencia, impartida por un ilustre profesor. El Brujo aparece vestido dentro de un camisón con motivos árabes con el temple de un Alonso Quijano senil, levantando la mirada hacia el aire, donde las voces de los mahometanos se convierten en un largo quejío interpretado por Enrique Morente… ¿Quién podrá despertarle de su letanía?
El espectador es advertido de que ya es hora de que todos conozcan la verdadera historia de la composición del célebre libro y el verdadero nombre de su autor. A partir de todo lo dicho, El Brujo se desdobla una y otra vez apoyado por la tramoya y la iluminación, contando las historias en primera y tercera persona, pasando de un personaje a otro como si de un juglar se tratase; de un episodio a otro sin que apenas el espectador perciba los diferentes giros dramáticos de cada personajes.
En la obra, todo un reto para cualquier actor, se entremezclan, como es costumbre en todos sus espectáculos, el humor, la melancolía, el éxito y el fracaso, la locura y el buen juicio, la prosa y la poesía, lo rastrero y lo sublime…
El Brujo es unas veces Cervantes, otras Don Quijote, otras cualquiera de los personajes del libro, y muchas, él mismo, en este paseo por la primera parte del libro en el que El Brujo da vida, con el monólogo que le es propio, a un Don Quijote al que casi se le puede tocar, completamente puesto al día y adaptado a nuestros tiempos, porque El Brujo interpreta el Quijote, emociona con el Quijote, baila el Quijote, seduce con el Quijote, en una interpretación muy personal trufada de anécdotas personales y críticas hacia el poder y sus dirigentes.
Argumento:
Después de este recorrido, llegar al QUIJOTE era algo inevitable. Aunque hace años se me hubiera antojado un imposible abordarlo como monólogo, en realidad el primer peldaño del ascenso por esta mi escalera de Jacob en el teatro estaba puesto ya desde que acometí el “Lazarillo de Tormes”, hace ahora doce años.
Sin embargo la narración de El Lazarillo en primera persona, facilitaba de manera extraordinaria la forma teatral del monólogo. Se diría hecho para una sola voz, una conciencia sola, vive y cuenta lo vivido en el relato. Y nada ni nadie –ni siquiera el ciego- quedan fuera de esa única voz y de ese aliento.
Funciones:
Viernes, 8 de abril a las 20,30 horas
Sábado, 9 de abril a las 20,30 horas
Domingo, 10 de abril a las 18,30 horas
TAQUILLAS ABIERTAS DE LUNES A DOMINGO DE 17 A 21 HORAS