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Federica Montseny (primera parte)

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Federica Montseny

Diego Medina Ruiz.-  Federica nació en Madrid el 12 de Febrero de 1905. Educada en un ambiente intelectual, anarquista y libertario de ahí la firmeza y convicción en los ideales ácratas de los que siempre hizo gala durante su vida.

Sus padres, Juan Montseny y Teresa Mañé (1865-1939) fueron unos reconocidos autores dentro de los círculos anarquistas y socialistas españoles y europeos. Su padre escribía bajo el pseudónimo de Federico Urales y su madre con el de Soledad Gustavo.

Regentaban una escuela laica en Reus cuando a Juan le acusaron de participar en un atentado terrorista contra una procesión el día del Corpus que se hizo famoso por su virulencia tanto del atentado en si como la del proceso judicial contra los autores, mas bien, contra todo anarquista que se jactase de serlo. Juan fue condenado al exilio y marchó a Londres mientras Teresa seguía al cargo de la escuela. Al poco tiempo, acosada por la justicia de la Restauración, se autoexilió también.

Cuando nació Federica, Juan Montseny y Teresa Mañé, habían podido volver a España. En Madrid, escribían para publicaciones libertarias y editaban la suya propia pero Juan acabó enemistado con Arturo Soria y algunas personalidades de renombre por lo que se vieron obligados a marchar a Barcelona.

Los años de su niñez quedaron grabados a fuego en la memoria de Federica. Desde niña sufrió el recelo con el que la sociedad trataba a los anarquistas y el acoso al que fueron sometidos sus padres por las fuerzas del orden en Madrid, donde demás vio morir a su hermana pequeña y a su prima. En Barcelona, Federica vivió el obrerismo y el sindicalismo, en una época en la que en España, el movimiento obrero comenzaba a cobrar importancia, Federica vivía en la ciudad en la que más se hizo notar.

En la ciudad condal, Juan y Teresa, quisieron continuar con su labor docente y abrieron una nueva escuela confiando en la fama que tuvieron las anteriores pero hubieron de cerrar y se mudaron a una masía alquilada pasando a vivir del campo. La Gran Guerra afectó económicamente al país y los Montseny-Mañé tuvieron que dejar las labores agrícolas, mudarse a un piso más modesto en Barcelona y subsistir tan sólo de las colaboraciones en los medios de izquierdas y los trabajos de traducción. Durante esos años Federica creció en la férrea educación de su madre y el ambiente de las tertulias a los que les llevaba su padre. Allí, Federica se empapó de socialismo, anarquismo y sindicalismo mientras con su madre aprendía historia, geográfica, francés… y sobretodo, nació en ella el amor por la lectura.  Sus memorias señala el dolor que le produjo la venta de la biblioteca paterna en aquellos años de la crisis de 1917 y del fin de la Restauración.

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Educada en un ambiente intelectual, anarquista y libertario de ahí la firmeza y convicción en los ideales ácratas de los que siempre hizo gala durante su vida.

 

No obstante, los padres de Federica como todos los padres, juzgaron que el clima que se respiraba en la Barcelona de finales de la primera década del S.XX no era el más adecuado para criar a su hija así que alquilaron una masía en Cerdanyola y sin dejar sus actividades intelectuales, periodísticas y literarias, volvieron a trabajar de granjeros. Así pues, la adolescencia de Federica pasó en el campo. En esos años de orgullosa payesa, la escritura entró en ella como un torbellino. Los pocos ratos libres que le quedaban entre el trabajo del campo y las lecciones maternas los emplea en escribir. Pero sus palabras en papel tardaron mucho en vez la luz porque Federica, autoexigente al máximo los quemaba antes de dar a leer a otros ojos.

Como cualquier adolescente, Federica comenzó a sentirse encerrada en el pueblo y comenzó a desear libertad y ver mundo. La oportunidad le vino de la mano de una familia barcelonesa que les alquilaba habitaciones para el verano. Enseguida hizo amistad con una de las hijas, Margalida, que era maestra. Por su influencia se le ofreció una beca para estudiar en el extranjero. Sin embargo, la rechazó porque para acceder a ella necesitaba la partida de bautismo.

También conoció a su primer amor, Conrado Guilemany, un empresario que le doblaba la edad hijo de un amigo de su padre. Los fines de semana viajaba a la casa de Federica a visitar a su madre que se alojaba allí, mientras convalecía de su enfermedad. Conrado la metió en el mundo de la música y en eso quedó porque los ideales y el modo de vida en el que vivía Federica eran el antagonismo de los modos burgueses de Conrado. Él no tuvo problemas para encandilar a una joven casadera de buena familia y ella se aferró a la música, a sus esperanzas de estudiar en el extranjero y a la escritura… a principios de los años veinte, Federica comienza a escribir en publicaciones libertarias ante la orgullosa mirada paterna.

Diego Medina Ruiz

 

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