Fernando Gracia./ Seguramente la figura de Mario Moreno “Cantinflas”, figura exclusiva de Pelimex, como pudimos leer tantas veces en los títulos de crédito, apenas diga nada a los más jóvenes. No es así, en cambio, para aquellos que peinamos canas, gustaran más o menos sus abundantes películas que durante décadas llegaron a nuestras pantallas.
Cuando ya se pensaba que este biopic pasara de largo por España, al fin ha podido estrenarse, para consuelo de Oscar Jaenada, que ya había manifestado su malestar viendo que su notable trabajo no iba a ser reconocido en su propia tierra.
Sebastián del Amo, desconocido por estos lares, firma una película más bien modesta aunque no exenta de atractivos, sobre todo para los buenos conocedores de la figura de este hombre tan popular, siempre interpretando el papel de “peladito”, paradigma del mexicano humilde, simpático, dicharachero, mujeriego, de buen corazón y de habla incomprensible.
Manejando un guión simplemente discreto, que se mueve bajo la estructura del “flash back”, vemos en principio a un Cantinflas ya triunfador, a punto de enrolarse en el rodaje de una superproducción norteamericana.
Será la levantada por un visionario Mike Todd, por aquel entonces esposo de Liz Taylor –no le dio tiempo a divorciarse de ella, ya que falleció en accidente aéreo-. Se tratará nada menos que de “La vuelta al mundo en 80 días”, donde interpretará al mayordomo del flemático Phileas Fogg, aquí traducido como Picaporte.
La recreación del mundillo de Hollywood, tópica pero simpática, con la presencia de famosos reencarnados en la película con desigual fortuna, se ve con agrado aunque no añadan grandes novedades para cualquier mediano conocedor de la historia del cine.
Los recuerdos de Mario Moreno nos devuelven a los primeros años de su carrera, fotografiados en una gama de colores diferente, en los que asistimos a unas cuantas pinceladas para acercarnos a su vida, amores, entrada en el cine y posteriores éxitos. La película pasa de puntillas, o simplemente ni toca, diversos aspectos de su vida que pudieran ser escabrosos o controvertidos, como los políticos o sus asuntos de mujeres y posibles paternidades.
Cinematográficamente estamos ante un producto discreto, que personalmente me temía peor pero que pudiera y debiera haber sido mejor, aunque atractivo para las personas mayores, que sabemos sobradamente no solo quién fue este artista sino su enorme repercusión en el amplísimo mercado de habla hispana durante años y años.
No faltarán quienes no comprenderán el porqué de su éxito popular. Pero eso mismo puede aplicarse a muchos otros comediantes. Las modas pasan, las influencias cambian y el estudio de las razones de estos éxitos puede ser muy interesante para comprender a las gentes de una época determinada.
A saber qué opinarán las generaciones futuras sobre quienes hacen hoy reír al personal.
La película no funcionaría como lo hace si no fuera por la absoluta mimetización de Oscar Jaenada, que logra convertirse en todo momento en Cantinflas. Ni siquiera sé si lo suyo puede considerarse interpretación o simple imitación, pero lo cierto es que en muchos momentos nos parece ver al mismísimo Mario Moreno, sobre todo en su increíble número final –no se vayan, por favor, cuando empiezan a salir los cartelitos del final- en el que baila su famoso “Bolero de Raquel”, con la inmortal música de Ravel como fondo.
Me consta que en principio no les gustaba a los mexicanos que un extranjero hiciera de su mito nacional. Seguramente el parecido razonable de ambos influyó en la elección. Visto el resultado, no cabe duda que ningún otro podía haberlo hecho.
La película ha funcionado muy bien en México, ha ganado premios Ariel y se ha visto en toda Sudamérica. No creo que tenga apenas repercusión en nuestro país, aunque la simple curiosidad de aquellos que en tiempos disfrutaron de sus películas debería bastar para lo contrario. Otra cosa es que ahora les dé apuro reconocer que les gustaban.
FERNANDO GRACIA