Diego Medina Ruiz./ EL 14 de Abril de 1931, mientras en Barcelona se celebraba la proclamación de la república, Federica enterraba a su mentora y amiga Teresa Claramunt. Para ella, como anarquista, las elecciones no le suscitaron mucho interés aunque como al resto de anarquistas hispanos el resultado de las mismas les sorprendió mucho.
Se debatía entre dos frentes: El apoyar a la república y usarla como medio de llegar a la revolución o no. Se recelaba que si prosperaba y se estabilizaba el nuevo régimen el obrero se estancaría y se alinearía. Aun así, del congreso de la CNT que se celebró en Madrid al que asistió Germinal Esgleas, se decidió que se apoyaría sin dudarlo y se defendería a la república de los enemigos pero no se le permitiría estabilizarse.
Paralelamente, Federico Urales había sacado una publicación con gran éxito entre la clase obrera, “El luchador”. Asequible a sus bolsillos porque la realizaban por entero ellos y sin la temática filosófica de la Revista Blanca. Federica seguía escribiendo pero además, había empezado a dar discursos.
Sus ideas siguieron madurando hacía un anarquismo radical. Afiliada a la CNT, se postuló del lado de la FAI frente a los “trentistas”. Consideraba al movimiento encabezado por Durruti, Ascaso y García Oliver como anarquismo puro. En aquellas pugnas, compartía con aquellos la necesidad de hacer la revolución pese a la república ante las leyes antidemocráticas como la Ley de Defensa y las represiones ejercidas contra las huelgas del gobierno republicano.
Mediante la palabra hablada, Federica Montseny comenzó a hacerse conocida un poco más allá del mundo libertario catalán. Durante esos años hizo giras por España y hasta viajó a París. En aquellos discursos enaltecía la revolución. Animaba a los hombres y mujeres proletarios que la quisieran escuchar a levantarse contra lo que ella consideraba semiesclavitud.
Ante todo estaba la libertad individual pero en estos casos, nada como la unión de trabajadores para tener la fuerza necesaria para hacerse respetar. Las masas unidas eran una fuerza imparable y Federica estaba cada día más convencida de ello.
La FAI había encontrado en Federica un instrumento propagandístico ideal. Mientras tanto, las huelgas y alteraciones auspiciadas por ellos traían de cabeza al gobierno republicano y trataba de sofocarlas como fuera para evitar males mayores y enaltecimiento de los sectores derechistas.
Paralelamente, a Federica le servían estos viajes para desconectar de alguna manera del sufrimiento amoroso con Germinal. Se habían unido como pareja pero la madre de él, una mujer educada en otros valores, nunca lo vio con buenos ojos y se negó a dejar su pueblo para irse a Barcelona de modo que Germinal no podía vivir junto a su mujer porque tenía que cuidar a su madre.
Durante tres años, sólo podían verse en ocasiones. No obstante, entre los encuentros que pudieron tener a solas la semilla germinó y Federica quedó embarazada de una niña que nació el 13 de Noviembre de 1933 a la que llamaron Vida. Federica ya era madre y por ello su vida iba a cambiar radicalmente. En aquellos años de tensión que se vivían ahora tenía algo muy importante que proteger.
Diego Medina Ruiz