Diego Medina Ruiz.- Federica fue cobrando mucha más fama y los años que transcurrieron hasta el inicio de la guerra civil los paso de gira por diferentes puntos de la geografía ibérica dando discursos y echando de menos a su hija, que quedaba al cuidado de su gran amiga María. También asumió la dirección de la Revista Blanca y Urales optó por retirarse al campo de manera indefinida.
El golpe de estado pilló a Federica en Barcelona, a punto de embarcar hacia las Islas Baleares. Cuenta en sus memorias lo que le impactó despertarse con el ruido de las sirenas de las fábricas y después el retumbar de los tiros. Cuando la vorágine se estabilizó un poco tras el primer revuelo inicial, Federica se integró en el comité de organización de su barrio con el objetivo de ayudar al abastecimiento de comida y servicios a los vecinos.
Entonces, Federica tuvo que tomar dos decisiones trascendentales en su vida y que ponían en jaque todas sus profundas creencias anarquistas. En primer lugar, aceptó engrosar en las filas de la Federación Anarquista Ibérica FAI como representante en Madrid de la delegación de Cataluña. Los había defendido en el pasado pero jamás quiso integrarse con ellos. García Oliver, Ascaso y Durruti eran hombres de acción mientras que ella promulgaba un anarquismo intelectual y sobretodo pacífico.
Así pues, Federica se ve de repente viajando a Madrid en representación de la FAI y nuevamente alejándose de su familia y fue allí cuando le fue propuesta la cartera del ministerio de Sanidad del gobierno de Largo Caballero. Sin más que un día para pensárselo, Federica se volvió a ver en la tesitura nuevamente de ir en contra de sus principios.
Pese a que vio con gran ilusión la proclamación de la II República y lo vio como la oportunidad del pueblo de liberarse por fin del yugo del explotador capitalista con los sucesos de Casas Viejas y la persecución al anarquismo optó por unirse a dicha oposición. Tras la victoria de la derecha en las elecciones de 1933 vivió con el miedo lógico de ver a señoritos falangistas enseñoreándose de las calles y la frustración de ver fracasar y ser reprimida la gran huelga minera asturiana.
Durante la siguiente campaña electoral compartió, y lo aplicó en sus intervenciones, la prudencia y la discreción que propugnó la CNT con las elecciones de 1936. Eran conscientes, al menos si Federica, que la llamada a la abstención y el constante acoso al gobierno republicano de izquierdas tuvo algo que ver en la victoria de la derecha. La nueva victoria del Frente Popular tuvo a la Montseny en guardia porque todo el mundo preveía una reacción desmedida de la derecha y ahora, tras hacerse realidad aquella sospecha se le abrían las puertas del gobierno en pleno estado de guerra.
Consultó con su familia. Su padre le dijo que las circunstancias que había no le permitían andarse con remilgos. Podría ser la oportunidad de que los anarquistas fueran tenidos más en cuenta por fin y no ser desechados como tras la Gran Guerra. Su amigo Marianet fue tajante. Era una miliciana como otra cualquiera y su frente estaba allí. Si rehusaba lo consideraría traición.
Las preocupaciones empezaron bien pronto, al poco tiempo de ocupar el cargo se vio en la tesitura de votar si abandonar o no Madrid y huir a Valencia debido al acoso que el ejército sublevado ejercía sobre la capital. Ella, García Oliver y el resto de compañeros opinaron que no, que era cobardía. Federica recuerda en sus memorias que entonces supo que los metían en el gobierno para hacerles cómplices de decisiones como esa y que no les echasen a los lobos. A regañadientes aceptaron y entonces la vida de Federica cabalgó entre Valencia, Madrid y Barcelona porque Federica optó por no recluirse en la seguridad de Valencia y viajó con frecuencia a la capital.
Sus meses como ministra de sanidad los ocupó en el auxilio social, la prostitución, la mendicidad y el aborto ilegal. Todo ello tenía el objetivo de fondo el prevenir la presencia de enfermedades infecciosas y que se generase una epidemia fatal. En estado de guerra se encontró con multitud de trabas, sobretodo la escasez de fondos pero siempre se enorgulleció de lograr la certificación de zona libre de enfermedades de una comisión de sanidad internacional.
Diego Medina