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Sócrates

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El caso de Sócrates es emblemático.

Francisco Javier Aguirre.- A veces la esencia de la cruda realidad política no está en los parlamentos institucionales, ni en los cónclaves de los partidos, ni en las comisiones oficiales, sino en el escenario de un teatro. El espectáculo ofrecido por el protagonista mencionado, secundado por Carles Canut, Amparo Pamplona, Alberto Iglesias, Guillem Motos, Pep Molina y Ramon Pujol, bajo la dirección de Mario Gas, revela las intimidades y las extremidades que contiene la llamada democracia, un concepto equívoco donde los haya.

El caso de Sócrates es emblemático.»Os vamos a contar lo que Atenas hizo conmigo”, comienza anunciando el protagonista. La tragedia de este filósofo que se vio obligado a morir en el año 399 antes de Cristo, después de haberlo puesto todo en duda, hablando, razonando, especulando y destapando verdades, es una pauta para saber de qué estamos hablando. Basándose en textos de Platón y de Diógenes Laercio, ya que Sócrates no dejó  nada escrito,  los autores de la dramaturgia se han centrado en el juicio que sufrió el filósofo tras haber denunciado la corrupción de Atenas y haber advertido sobre el papel supersticioso y manipulador de la religión.

El desarrollo del drama es estremecedor. El público queda atrapado desde las primeras frases, desde el primer gesto del protagonista a quien se va a juzgar y condenar. Un torrente de reflexiones se derrama sobre quienes son capaces de asumirlas. Un torrente también de emociones. La historia no ocurre hace 23 siglos, sino aquí y ahora, sobre las tablas de un teatro que representa las tablas de la vida, la calle cotidiana, los cubículos donde se gestiona el devenir diario de la gente.

En Sócrates tenemos un portavoz universal de los derechos humanos, de la dignidad, de la decencia, de los valores que la codicia y la insensatez de los poderosos han ido disolviendo con nuestra anodina condescendencia. Esta propuesta teatral tiene el mérito de conectar con la actualidad. El público va a ser consciente de estar viendo a un ciudadano víctima de la democracia, el primer hombre condenado a muerte en la democracia precisamente por ser demócrata, algo filosóficamente repulsivo.

La extrapolación no es difícil, si pensamos en la cantidad de personas de buena voluntad que han sido anuladas por los poderes fácticos al mostrar su inconformismo, su rechazo de la corrupción, al presentar denuncias. Seguramente no han tenido que beber la cicuta abrasiva, pero sí otra más sutil e igualmente dañina a medio o largo plazo. La obra no es una lección de filosofía, sino una recreación de la vida del personaje, un tipo honesto que lo pone todo en duda, mal camino en un mundo que prefiere el inmovilismo que beneficia a los poderosos.

Impresionante el montaje, la actuación, la ambientación, la fuerza dramática del espectáculo. Algo a rememorar durante mucho tiempo. Y, para la gente inteligente y sensible, algo a incardinar en el propio espíritu y a proyectar en la acción.

 Francisco Javier Aguirre

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