Fernando Gracia.- Debo confesar de entrada que no es el género de terror –“películas de miedo”, decíamos antaño- uno de los que más frecuento como impenitente espectador que me considero. La abundancia de películas inscritas en este género que utilizan recursos que no me gustan, como la casquería, los argumentos despendolados, los gritos, el mal gusto y otras características similares, me previenen de antemano ante sus estrenos.
Pero mi olfato de veterano también me incitaba a ver “La bruja”, y no solo porque viniera avalada por premios en festivales especializados. Y debo decir que las expectativas se han visto felizmente cumplidas ante este ejemplo de buen cine que ahora nos llega las pantallas.
Ambientada en los primeros años del siglo XVII en tierras de Nueva Inglaterra, se nos narran las andanzas de una familia ultraortodoxa en su cristianismo importado de su Inglaterra natal. Se ven obligados a vivir de forma solitaria en las inmediaciones de un inquietante bosque, tras ser expulsados de la colonia donde vivían por su forma integrista de vivir la religión.
En aquel lugar empezarán a ocurrir cosas, no solamente esa desaparición que nos muestra el “tráiler” oficial. Pero más que los hechos en sí lo que realmente inquieta es el ambiente que nos muestra una cámara siempre movida con maestría, apoyada en una banda sonora muy apropiada y sobre todo en una fotografía extraordinaria, tanto en sus brumosos exteriores como en los tétricos interiores iluminados por la luz de las velas.
La película produce una sensación de inquietud en el espectador, no se apoya en los sustos habituales, sino en la idea de que allí ocurre o va a ocurrir algo. Juega con una excelente planificación que no necesita de grandes alardes para mantener en todo momento la atención del espectador, sin necesidad de acudir a trucos ni a truculencias.
Ya de entrada se advierte que estamos ante “una leyenda de Nueva Inglaterra”, tras lo cual la historia transcurre entre la aproximación histórica y la propia leyenda o realismo mágico, como ahora se dice.
El realizador, el debutante Robert Eggert, firma un brillante espectáculo resuelto con habilidades propias del cine, llamado a ser un título importante dentro del género, aunque pienso que muchos de los espectadores mal acostumbrados a tanto subproducto quizá no lleguen a apreciar la calidad de la propuesta.
El reparto, con actores prácticamente desconocidos por estos lares, o debutantes como el caso de sus jóvenes personajes, cumplen perfectamente con sus papeles, dando perfectamente el tipo. Algo que me temo no hubiera ocurrido de ser la película de otra nacionalidad. Dicho sea sin ánimo de señalar.
Una propuesta, pues, muy recomendable, de las que gustan comentar a la salida, aunque me van a permitir no me extienda, por aquello de no cometer “spoilers”, como ahora se dice.
FERNANDO GRACIA