Fernando Gracia./ Hace una docena de años triunfó en las pantallas mundiales la propuesta de Pixar, ya en alianza con Disney “Buscando a Nemo”. Debo confesar que, no siendo habitual espectador del cine de animación, al haber superado la etapa de acompañante de mis hijos, sí lo he sido de los productos que el estudio de los primeros nos ha venido ofreciendo. Y que la de Nemo me gustó bastante, por no decir mucho.
Con tales premisas decidí que este sería mi estreno de la semana, sin tener que discurrir demasiado, ante lo poco estimulantes que parecían sus competidores en la cartelera. Y aunque no pienso que esta secuela supere en calidad la anterior, su visión sigue mereciendo la pena. Y no me refiero solamente para que la vean los más menudos.
En el título –y en la línea argumental- no han discurrido mucho. Ahora es “Buscando a Dory”, porque como una suerte de “spin-off” toman la figura de uno de los personajes de la anterior, ese pez de escasa memoria, de bello color azul, muy bien doblado por cierto en nuestro país por la competente Anabel Alonso.
En la primera película se perdía uno y ahora se pierde otro. Y el asunto sigue siendo la reunificación familiar. Argumentalmente la película ofrece escasas novedades, pero es tal la perfección técnica que han alcanzado los creativos de Pixar que sus imágenes atrapan fácilmente y permiten pasar un agradable rato.
Esa puede ser la visión positiva de la película. La otra visión, la más crítica, nos puede llevar a una leve decepción ante la escasez de originalidad y ante el más que posible objetivo de hacer caja, auspiciado seguramente por la fuerza que en el negocio final tienen sus poderosos socios, que son quienes la distribuyen.
En algún momento parece que se van a poner a cantar, siguiendo la más genuina costumbre disneyana, pero se moderan y la cosa queda en casi nada. Los seguidores de los productos Pixar, aquellos que, como quien suscribe, piensan que su irrupción en la industria 
de la animación fue una bendición para el género, puede que no salgan excesivamente entusiasmados.
Este ha sido mi caso, lo que no es óbice para reconocer que no me he aburrido, que me ha parecido técnicamente brillante y que aciertos como el pulpo pueden incluso merecer un nuevo “spin-off”. Los niños disfrutarán, sin duda. La moraleja no puede ser más obvia: un canto a la familia y a la amistad. Los mayores puede que echen en falta un poco más de mala baba. Pero, ay, amigos, para bien o para mal, Pixar hace tiempo que no cabalga solo.
Afortunadamente, siguiendo lo que ha sido costumbre en la casa, se nos regala con un corto de poco más de cinco minutos, absolutamente impecable. Hermoso, ingenioso, sencillo, sutil: Pixar en estado puro. Un poco más blando, de acuerdo, pero tan redondo…
Lo dicho: no busquen la genialidad y la disfrutarán. Una mejor guion le hubiera sentado bien, pero comparada con otros productos más ñoños y facilones, sigue sobresaliendo aunque los aficionados nos lamentemos de lo que pudo haber sido y no fue.
FERNANDO GRACIA