Diego Medina./ Con las fiestas se regula el paso del tiempo. Forman en el calendario un elemento de transición (cambios de estación, victorias militares). Por ejemplo, hace poco se celebró la fiesta de San Juan, de herencia romana que festejaba el solsticio de verano o también San Miguel, a principios del Otoño.
En la lengua aragonesa, existe la palabra Sanmigalada para designar esa estación.
Las fiestas servían también para desconectar del duro trabajo agrícola pero no obstante, sin desmerecer la importancia del ocio y la diversión el principal elemento que hace a la fiesta tan importante es la socialización. En un mundo en el que una gran mayoría se moría sin viajar más allá de los alrededores de su pueblo, las fiestas eran el elemento socializador más importante.
En ellas se encontraba pareja y se hacían tratos. Y este acto de comunicación se representaba con ritos y ceremonias.
También han servido a la Aristocracia y a la Iglesia para perpetuar su poder cristianizando las tradiciones paganas y empleando los juegos y el ocio para calmar a las masas.
El antiguo calendario pagano se modifica y se adapta a la religión cristiana. El mensaje catequético queda pulcramente simbolizado en el calendario y las fiestas se dividen en tres protagonistas, Cristo, La Virgen María y los Santos.
Así pues, se comienza con el invierno haciendo coincidir las antiguas tradiciones del cambio de año con ceremonias acerca del nacimiento de Cristo. Los ritos y fiestas en torno a la fecundidad de principios del nuevo año se cambiaron por festividades relacionadas con la Virgen y todas aquellas que celebraban el final del invierno las aglutinaron en los carnavales pero siempre acabando en la Cuaresma y la pasión y muerte de Cristo, porque el exceso tiene un límite y al final la rectitud y la vida ordenada y sobria siempre vence.
Del mismo modo, durante el comienzo de la primavera se pasó a celebrar además de la Semana Santa, el nacimiento de la Iglesia y terminando con el Corpus (resurrección) y San Juan desplazando los antiguos ritos paganos sobre el solsticio y la floración.
Durante el verano, la estación de más trabajo agrícola las ferias y mercados se hacían coincidir con los patrones del pueblo en cuestión o se santificaban directamente (San Pedro y San Pablo, la Ascensión, San Lorenzo, Santiago Apóstol).
Y se terminaba en Otoño con San Miguel, San Mateo o San Martin en el periodo de preparación para los duros meses invernales con la vendimia, la recogida de las cosechas y la matanza del cerdo.
Con menos significación religiosa aunque sí con un importante trasfondo están las fiestas patronales. Cada gremio y cada ciudad tenía su patrón así que eran muy numerosas. Se aprovechaba para enorgullecerse y reafirmar la pertenencia a un grupo social determinado.
Como antes se ha mencionado, no sólo la Iglesia hizo uso de las fiestas para legitimar su poder. La realeza y la aristocracia también hicieron uso de ellas para el mismo fin. Estaban las políticas, aquellas que recordaban alguna victoria importante, la coronación, la entrada triunfal del monarca victorioso en alguna localidad y también los nacimientos de infantes o infantas y los funerales.
En todas no faltaban la solemnidad y el protocolo y su fin era ensalzar el buen gobierno y desviar la atención del pueblo con juegos y espectáculos. Y no solamente el monarca debía perpetuar su dominio con el pueblo llano.
El rey que recuperaba su poder durante la Baja Edad Media en detrimento de los señores feudales y que proclamaba su derecho a gobernar en las renacientes ciudades con estos fastos también usó el mismo método con la destronada nobleza.
Para ello, empleó los bailes, los banquetes y las justas. De este modo, al igual que en ferias, fiestas patronales y mercados las gentes se relacionaban entre sí, los privilegiados hacían lo propio en las fiestas cortesanas. El monarca bajaba al estrado y se relacionaba con sus “iguales” en bailes y juegos. A su vez, mantenía a raya las ansias de guerra de los caballeros con las justas, las cacerías y las corridas.
Estas últimas se remontan muy atrás en el tiempo pero no como las conocemos hoy día, circunscritas en la actual Andalucía hasta entrado el S.XVIII y ya popularizadas en el resto durante el S.XIX. Mas bien, tienen más que ver con el polémico “Toro de la Vega” en Tordesillas, los encierros en las fiestas de San Fermín, los recortadores o los saltos de garrocha. Los caballeros probaban y entrenaban su destreza guiando y lanceando al toro a caballo.
Terminando con las fiestas quedan las familiares y populares. Bien juegos físicos, por pura diversión (lanzamiento de barra, los bolos aragoneses, la pelota) bien juegos de azar. Por puro ocio como medio de desviarse de la dura rutina diaria. También probaban su valía los jóvenes buscando impresionar a las muchachas tomando parte en los encierros y corridas.
Unidas a estas se encuentran quizás las celebraciones más antiguas que son las relacionadas con los ritos de la vida, relacionadas con los acontecimientos de tránsito (bodas, nacimientos, aniversarios de muerte). La riqueza y abundancia dependía de los posibles de cada familia pero ninguna dejaba pasar tales momentos.
Hoy día, las fiestas tienen un noventa por ciento de ocio y no se tiene casi constancia del papel calendario y socializador que tienen pero sigue estando implícito.