Francisco J. Aguirre.- Se trata de una reposición del montaje que se hizo hace casi un año en el Centro Joaquín Roncal, y que despertó una enorme aceptación por la originalidad del planteamiento, la acidez cómica del texto y hasta la propia estructura escénica, con los espectadores instalados frente a un patio de butacas vacío.
El propio acceso al recinto, a través de la entrada de actores, ya es un preludio de que las cosas no van a discurrir del modo ordinario. Allí, entre bambalinas, las actrices Encarni Corrales e Irene Alquézar reciben al público como si del vestíbulo de un museo se tratara, y comienzan a explicar la actividad que van a desarrollar, dando al mismo tiempo las instrucciones correspondientes a la visita.
Una vez instalados los espectadores en la caja escénica, se suceden varios episodios calcados del supuesto recorrido museístico a realizar, unos más ágiles que otros, pero todos incisivos, cómicos y a veces cáusticos.
El resultado es gratificante para actores y espectadores. Unos y otros se divierten interactuando, con un espíritu participativo que hace asimilar con gran disfrute cada uno de los cuadros visibles e invisibles, puesto que se está dentro de un museo virtual.
A destacar la enorme plasticidad de los actores, su facilidad de transformismo y su capacidad para mantener un ritmo casi siempre frenético, si exceptuamos el episodio de los vigilantes, donde parece ser que los actores se toman un respiro premeditadamente. El espectáculo finaliza de forma amable y brillante, con el aplauso de un público entregado, puesto en pie.
Francisco Javier Aguirre