ZBN./ La grasa visceral se asocia con mayor probabilidad de desarrollar síndrome metabólico, hipertensión, enfermedades cardiovasculares y otras afecciones, como algunos tipos de cáncer y enfermedades inflamatorias y pulmonares
La obesidad, entendida como un exceso de grasa, debe ser estudiada más allá de sus connotaciones estéticas. Así lo defiende, al menos, el grupo de investigación “Biología del Tejido Adiposo y Complicaciones Metabólicas de la Obesidad” del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud (IACS), centro adscrito al departamento de Sanidad del Gobierno de Aragón.
Este grupo, liderado por José Miguel Arbonés, pone el foco de su investigación en el tejido adiposo y reivindica la funcionalidad de la grasa. No todos los depósitos de grasa son malos.
Así, la grasa subcutánea protege frente a complicaciones metabólicas, como la diabetes y otras enfermedades cardiovasculares, son energía para la vida diaria, apoyan la actividad de otros órganos, como el hígado, el páncreas y el cerebro y también evitan infecciones de la piel.
El problema es cuando se trata de grasa visceral. Es decir, aquella grasa buena que supera sus límites de expansión y se vuelve mala colocándose en la zona interna del abdomen rodeando los órganos internos. Este tipo de grasa se asocia con mayor probabilidad de desarrollar síndrome metabólico, relacionado con la diabetes, la hipertensión, enfermedades cardiovasculares y también con otras afecciones, como algunos tipos de cáncer y enfermedades inflamatorias y pulmonares.
En esta línea, el grupo del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud liderado por Arbonés, coordina, en el marco del programa de ayudas “Acción Estratégica de Salud” (antes proyectos FIS) del Instituto de Investigación Carlos III, un proyecto de investigación que estudia la relación entre la grasa corporal subcutánea y visceral y la aparición de enfermedades asociadas a la obesidad.
Es decir, pretenden conocer por qué algunas personas obesas desarrollan complicaciones, como diabetes o enfermedades cardiacas, y otras permanecen sanas a lo largo de su vida.
En este proyecto, Arbonés coordina un equipo multidisciplinar de especialistas que trabajan entre el IACS, el Hospital Universitario Miguel Servet y el Royo Villanova.
“Buscamos sinergias”, dice Arbonés, “con el objetivo, de que nuestras investigaciones repercutan a corto plazo en mejorar el bienestar de los pacientes y, a largo plazo, comprender los mecanismos que contribuyen a la obesidad y sus consecuencias fisiopatológicas, en particular la diabetes tipo II”.
Más de 300 participantes
En dos años, este equipo de investigadores ha estudiado a más de 300 personas con muy buenos resultados. Así, pacientes procedentes de los Servicios de Cirugía de los Hospitales Miguel Servet y Royo Villanova donan muestras de grasa. Con el apoyo de los servicios de Radiología de estos hospitales se realizan técnicas de imagen abdominal para determinar el nivel de expansión de su tejido adiposo. Los Servicios de Bioquímica Clínica y de Endocrinología del Hospital Miguel Servet aportan a este estudio una exhaustiva caracterización del estado metabólico y nutricional de los pacientes.
Por último, en la Unidad de Investigación Traslacional del Hospital Miguel Servet se estudia, mediante técnicas avanzadas de biología molecular, la funcionalidad de la grasa. En total, más de una docena de investigadores participan directamente en este estudio, apoyados además por diverso personal de enfermería.
Según demuestran las investigaciones de este grupo, la grasa visceral o grasa mala es independiente del aspecto físico. Así, alrededor del 30% de personas obesas mantiene índices de grasa subcutánea buena y no desarrollan enfermedades metabólicas, tradicionalmente asociadas a la obesidad.
Y, al contrario, existe un porcentaje significativo de personas delgadas, sin grasas subcutáneas aparentes, pero con una acumulación inadecuada de grasa visceral en su cuerpo. Por encima de cualquier consideración estética, subraya Arbonés, nos encontramos ante un problema de salud.
La luz de alerta se enciende cuando aparecen, de forma simultánea, tres de los cinco factores del síndrome metabólico: bajo colesterol bueno, tensión alta, niveles elevados de azúcar y triglicéridos o un perímetro de cintura elevado. Ante esta situación es necesario tomar conciencia y comenzar, bajo supervisión médica, un programa que cambie los estilos de vida y el tipo de alimentación.
“Es cierto”, asegura Arbonés, “que la genética condiciona de forma importante nuestro físico: el color del pelo, la altura y, también, la anchura”. Pero, subraya, “también es cierto que una alimentación a base de dieta mediterránea combinado con ejercicio físico adecuado a nuestras posibilidades y actividad durante el día evitando el sedentarismo es imprescindible para mantener y mejorar nuestra salud, a la vez que ayuda a reducir la acumulación de grasa visceral”.