Diego medina./ La segunda guerra mundial volvió a partir el transcurso anual del tour. Gino Bartali venció en 1938 y volvió a hacerlo en 1948. Junto a él había aparecido un joven piamontés llamado Fausto. En aquella época los equipos eran nacionales y Bartali-Coppi dividieron a los italianos al igual que con los suizos Koblet y Kubler.
Fausto Coppi fue el primero en hacer uso de todo lo necesario para rendir adecuadamente en un deporte de elite. Cuidaba su alimentación, estudiaba las etapas, seleccionaba el material que iba a emplear… y también hizo “equipo”, con gregarios que trabajaban para él.
No obstante supo ganarse sus dos tours sufriendo y dando una exhibición en la primera subida a Alpe D´huez que
luego batiría su compatriota Marco Pantani décadas más tarde. Aun así, en los cincuenta también brillaron otros ciclistas como el bretón Louison Bobet, el primer francés en lograr las tres victorias absolutas, los suizos Hugo Koblet y Ferdi Kubler, Roger Walkowiak, el “águila de Toledo”… hasta que en 1957 ganó por primera vez un normando enjuto y rubio que durante los próximos años labrará su nombre en oro en la historia del Tour de Francia: Jacques Anquetil.
Si Coppi se ganó sus victorias en la montaña y fue pionero en profesionalizar un poco mas su trabajo, Anquetil se sirvió de eso y de algo más.
En la época de vuelta a los equipos privados de patrocinadores, Anquetil fue el primer prototipo de ciclista todo terreno que barría en las contrarrelojes pero sabía sufrir en la montaña. Ganó cinco tours, cuatro de ellos seguidos (1957-1961-62-63-64). Cuando se retiró dejó vía libre a muchos grandes ciclistas pero su hueco de gran campeón lo llenó otro corredor nacido tampoco muy lejos que el Normando, el belga Eddy Merckx. “El caníbal” como le apodaron lo ganó absolutamente todo desde 1966 hasta 1976, entre ellos los tours del 69, 70, 72 y 74. Habría logrado la gesta de ganarlos seguidos de no ser porque al menos con Luis Ocaña (no así con Raymond Poulidor), la fortuna quiso ser justa por una vez con alguien.
En Francia seguían echando de menos a Jacques Anquetil pero tras la retirada de Merckx un bretón llamado
Bernard Hinault volvió a henchir de orgullo el corazón de los franceses dominando los tres primeros tours que ganó y luchando en los otros dos con sus gregarios Fignon y Lemond, que también ganaron los suyos. La historia de ambos empieza como gregarios de Hinault. En el caso de Fignon, fue el alumno respondón que obligó al maestro a cambiarse de equipo y con el americano fue un colaborador callado y obediente cuando era obvio que Hinault, en el ocaso de su carrera, era un lastre.
No se sabrá nunca si Lemond hubiera podido seguir a mas porque un estúpido accidente de caza le truncó la progresión, aparte de que ya tenía en el pelotón a un irlandés siempre sonriente y servicial (Stephen Roche) y a un segoviano escalador que venía de la mano de Ángel Arroyo.
El resto de la historia ya se conoce con los cinco tours de Induráin y la tramposa dominación de Amstrong. Detrás quedan las gestas en el Izoard, Galibier, Tourmalet, Mont-Ventoux. Los ataques de lejos de Bugno, los constantes de Chiapucci, el peculiar estilo de Robert Millar y otros muchos que eclipsan con diferencia a los tristes episodios de dopaje de estos últimos años.
Afortunadamente la Grande Boucle sigue viva y aunque el material actual esté a años luz del que con el que contaban a principios de los 90 el cuerpo humano sigue igual y de la misma manera hay que dar pedales. También hay que seguir combatiendo contra el cronómetro, las pendientes continúan invariables aunque los caminos se hayan asfaltado, el clima en la montaña sigue igual de imprevisible y el viento es el soberano en el llano.
Por esto mismo, el ciclismo seguirá siendo un deporte espectacular y el Tour continuará como escaparate de la lucha del hombre contra sí mismo, el reloj y la montaña.