Fernando Gracia./ No se prodiga Terence Davies como director ni tampoco acostumbran a llegar a nuestras pantallas las pocas películas que firma. Posiblemente haya sido “Voces distantes” la que más eco tuvo en la afición aunque su cine nunca ha llegado a lo que viene a conocerse como “el gran público”.
Su cine es parsimonioso, el hombre se toma su tiempo, y suele ser de una innegable belleza plástica. Tanta que a veces uno pienso si no está más preocupado en lo “artístico” –entiéndase esto en clave irónica- que en la propia historia que quiere contar.
En esta ocasión adapta una novela del autor escocés Lewis Grassic Gibon, que intuyo debe ser de alto voltaje poético. Este tono lírico lo soluciona Davies recurriendo a la voz en off, chirriando en alguna ocasión, pero sirviendo para avanzar en la historia.
Esta se centra en la figura de una muchacha lista, muy aplicada en la escuela, que sueña con llegar a ser maestra, hija de una madre infeliz y un padre despótico. Las circunstancias influirán en su porvenir, que se verá unido a esa tierra que la ha visto hacer, dura y hermosa al mismo tiempo. Algo así como Escarlata O’Harapero con menos glamur.
La historia va captando poco a poco al espectador aunque lo que se cuenta no sea demasiado original, y menos aún lo que ocurre a partir de que se entra en los años de la Gran Guerra, beneficiándose de la belleza de las imágenes, lo bien que sale retratado el campo y las hermosas canciones que la adornan.
El filme navega entre el drama y lo romántico y decae algo en su parte final, más preocupado el director en la belleza de las imágenes que en el desarrollo de la trama. La deriva del personaje del marido de la protagonista no está bien explicitada y resulta un tanto esquemática.
Como suele ser habitual en el cine británico la película goza de una esmerada ambientación, los rostros remiten al espectador a aquellos años que se quieren retratar y los actores cumplen sobradamente.
El gran Peter Mullan –recuérdenlo en películas como “Rendención”, “Mi nombre es Joe” o “Miss Julie”, solo por citar algunas-, encarna al tiránico padre confiriéndole una fuerza extraordinaria. Un personaje a la postre casi secundario en el filme pero absolutamente fundamental.
El joven Kevin Guthrie, recientemente visto en “La leyenda de Barney Thomson”, con cierto parecido físico al vasco Gorka Ochoa, el “Pagafantas”, y perdonen la digresión, da perfectamente la réplica a una excelente Agyness Deyn, absolutamente desconocida para quien suscribe, que despacha una interpretación impecable.
No es película para quienes van con prisa, son dos horas y cuarto. A mí, sinceramente, no me ha parecido “lenta”, sino parsimoniosa, que es algo parecido pero no es lo mismo. Es el ritmo habitual del preciosista cine del director, y seguramente el que necesitaba una historia como esta.
FERNANDO GRACIA