Ana Rueda.- Cada vez que comemos, nos desplazamos, aseamos, limpiamos o consumimos cualquier producto o servicio, nos estamos relacionando con el medio, estamos haciendo uso de una serie de recursos que, en mayor o menor grado, está generando un impacto en el medio, ya sea mediante un proceso más cercano al natural, más orgánico, o bien más artificial y transformado.
Por una serie de circunstancias, el actual sistema en que vivimos ha ido evolucionando desde su origen más armónico y relacionado con la satisfacción de las necesidades a partir de los recursos que el medio nos brindaba, hasta un complejo entramado en el que no siempre todo lo que calificamos como necesidades son realmente tan imprescindibles como solemos creer.
Así, el foco del consumo se ha ido desviando a un consumo más desvirtuado. Se produce entonces la pérdida de un conocimiento más natural e integral, un conocimiento más real del entramado que formamos. Esto nos aleja de ser conscientes de cómo cada acción y objeto de consumo influyen realmente en el medio: qué elementos se usan para su fabricación, qué sustancias generamos en ese proceso, qué extensiones, instalaciones o producciones provocan la expulsión de la población autóctona, o bien la afección de su salud y la contaminación de su hábitat.
Es así como nos encontramos con situaciones y circunstancias sobre las que a priori no tenemos información de por qué están ocurriendo y con qué están realmente vinculadas. Así es como, de un tiempo a esta parte, se registran aumentos, muchos de ellos exponenciales, de sintomatologías y enfermedades que no están surgiendo de la nada: desde las cada vez más conocidas y diversas intolerancias alimentarias, asma y otras afecciones respiratorias, hasta trastornos relacionados con el sistema nervioso y el desarrollo cognitivo.
En este sentido nos falta información sobre qué sustancias y contaminantes se encuentran en qué elementos y productos, a qué aspectos de nuestra salud pueden estar afectando y en qué medida, así como qué soluciones reales existen y no se están aplicando, y de qué medidas prácticas podemos disponer para dirigirnos a la reducción de esta elevada y casi perenne sobreexposición en la que nos vemos inmersos día a día. Una exposición que, al igual que ocurre con sus efectos, se dará en mayor o menor medida dependiendo de distintos factores, como son: nuestra edad, colectivo, estado de salud, el medio en el que vivamos, los recursos de los que dispongamos, así como de la información que tengamos sobre la materia.
Así, no todos sabemos que habitualmente muchos de los no tan inocentes productos que pone el mercado a nuestra disposición pueden contener, emitir y generar una serie de contaminantes que se van sumando en el aire de las calles, en el aire de nuestros hogares, en nuestra dieta diaria, en nuestra limpieza e higiene. De este modo, los incorporamos en nuestro cuerpo a través de la ingesta, la absorción o la inhalación, ya sea de forma combinada o combinándose posteriormente en nuestro interior, y dando como resultado la presencia en la sangre, órganos, células, etc., de sustancias que de forma natural no se hallarían en nuestro organismo.
Llegados a este punto, hay que tener en cuenta, además, que no todos somos igual de sensibles a esta exposición a contaminantes. Hay determinados colectivos más vulnerables, entre los cuales se encuentran los niños. Ellos sufren una mayor exposición a los contaminantes, los absorben en mayor medida, les afectan más y los detoxifican peor. Los niños se encuentran en un momento clave en su desarrollo, por lo que cualquier alteración, interferencia o contaminación del proceso influirá en su estado de salud, no solo actual sino futuro, por lo que es prioritario adoptar medidas a este respecto.
Por poner algunos ejemplos para orientar a los lectores sobre lo que estamos tratando, y que facilite la aplicación práctica de lo que aquí contamos, en nuestro entorno diario podemos estar exponiéndonos, y de hecho nos exponemos de forma habitual a distintas sustancias:
• Pesticidas organofosforados, que pueden alterar los niveles de hormonas tiroideas y el correcto desarrollo de nuestro sistema neuronal.
• Ftalatos presentes en el PVC y otros plásticos que pueden también afectar al desarrollo neurológico provocando alteraciones en la conducta.
• Otras sustancias con efectos neurotóxicos como, por ejemplo, el formaldehído, que se encuentra en maderas conglomeradas, etc.
• Terpenos artificiales en productos de limpieza, que en ambientes cerrados y en presencia de ozono dan lugar a formaldehído, iones positivos generados por los sistemas de aire acondicionado y la poca ventilación, que pueden provocarnos migrañas, dolores de cabeza y dificultad para concentrarnos.
• Retardantes de llama en plásticos y elementos tecnológicos, así como en alfombras y otros tejidos, que se asocian por la ciencia al TDAH.
Eso se traduce en que nuestros ambientadores, insecticidas, productos de limpieza, juguetes y mobiliario de plástico, envasado alimentario de plástico, pinturas de manualidades o de decoración, champús, geles, gominas y perfumes, aparatos tecnológicos, emisores inalámbricos, sistemas de wifi, elementos decorativos o de mobiliario del hogar, trabajos o escuelas, etc., pueden estar provocando o incrementando afecciones en la salud y calidad de vida de los niños, alterando su correcto desarrollo, reduciendo sus capacidades motoras y capacidades de aprendizaje, pudiendo provocarles y/o empeorarles dolores de cabeza, migrañas, problemas de falta de concentración, irritabilidad, ansiedad, trastornos de conducta, TDAH, lentitud de reacción y dificultades motoras, o problemas de memoria y lenguaje, entre otros.
Y es que muchas de estas sustancias tienen efectos hormonales y neurotóxicos, y afectan al correcto desarrollo del sistema nervioso, perjudicando directamente al cerebro y repercutiendo en su desarrollo, en su comportamiento y en el propio rendimiento escolar, provocando una caída en el cociente intelectual.
Ante esto podemos realizar distintas acciones, desde las más sencillas hasta otras más pensadas o medidas:
-Ventilar las estancias para que se eliminen los compuestos orgánicos del interior al renovar el aire tras aplicar productos de limpieza o emplear elementos de decoración o de manualidades,
-Ajustar debidamente la temperatura en los espacios cerrados,
-Priorizar alimentos ecológicos en la dieta,
-Promover una dieta ecológica en los comedores escolares,
-Regular el uso de elementos de PVC sustituyendo por ejemplo los envases alimenticios de plástico por los de vidrio,
-Variar la dieta,
-Evitar las especies de pescado con más metales pesados en su organismo,
-Aspirar bien para eliminar residuos contaminantes que se alojan en el polvo doméstico,
-Apagar el terminal de wifi por las noches y mientras no lo estemos usando.
La información veraz permite la capacidad de tomar conciencia para poder decidir y actuar tanto con nuestras actitudes como con nuestro propio consumo, lo que es especialmente importante cuando está en juego nuestra salud y la de los más pequeños.
Ana Rueda
Directora Salud Ambiental en la Escuela