Fernando Gracia./ Sería a finales de los ochenta cuando conocimos el cine de Zhang Yimou. Los desaparecidos cines Buñuel, siguiendo su política que tanto se echa de menos, estrenaron “Sorgo rojo”. Apenas sabíamos nada de la película, salvo que había causado impacto en Berlín hasta el punto de alzarse con su premio mayor.
Salí del cine impresionado y no fui el único. Una trama dura, de hermosa belleza plástica, retratada con vivos colores en los que destacaba precisamente el rojo y la presencia de una mujer de gran belleza, Gong Li. Enseguida se convirtió en un director a seguir y lo seguimos, ya que, rara avis, su cine llegó con cierta puntualidad.
Así pudimos disfrutar de títulos como “Semilla del crisantemo”, “La linterna roja”, “Qiu Ju, la mujer china”, “Vivir” o “Ni uno menos”, por citar solo algunos. Sus temas oscilaban entre los tiempos pretéritos y el pasado reciente del gran país y en todas ellas trataba situaciones dramáticas generalmente relacionadas con el universo femenino. En el fondo, siempre un cierto toque político que se beneficiaba de la ligera apertura de China tras los tristes años de la llamada “Revolución cultural”.
Pero el cine de Yimou fue cambiando poco a poco. Se convirtió en algo así como “el director oficial del país”, su calidad como esteta no se discutía y acabó participando en proyectos mastodónticos con todo el presupuesto del mundo a su servicio, como dirigir la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín o la representación del Turandot de Puccini en la Ciudad Prohibida.
Llegaron sus filmes sobre dagas voladoras, artes marciales y similares, muy hermosos plásticamente, pero… Por no hablar de películas como la incalificable “Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos”, que Dios o Confucio le perdone.
Pero hete aquí que hace un par de años regresó al cine por el que nos gusta Yimou y firmó este “Regreso a casa” que por fin nos llega, aunque sea doblado, sin opción de la v.o.
Y nos volvemos a congraciar con el director, ya que aunque no supera a mi modo de ver sus primeras películas, supone un hermoso ejercicio cinematográfico en el que no ha incidido en el tema político, que está siempre presente en fondo del asunto, para acabar siendo un filme de amor en el que incluso algún espectador puede soltar alguna lagrimita.
La historia comienza tres años antes de la finalización de la citada revolución cultural y se centra en los dos regresos de un profesor “reeducado” como tantos otros. En la ciudad quedaron su esposa y una hija a la que apenas conoce, ahora convertida en ferviente seguidora del régimen. Realmente una muchacha con la cabeza bien lavada por el aluvión de consignas.
La pérdida de la razón por parte de la esposa y la relación con su marido tras la rehabilitación suponen el corpus central de la trama, muy correctamente tratada e igualmente bien resuelta en su bello final. Los viejos aficionados seguramente la considerarán como un producto incluso menor en la carrera de un director que igual ya ha dicho todo lo que tenía que decir, pero yo opino que aun siendo esto cierto esta nueva película supone un soplo de buen cine en medio de una cartelera que no anda precisamente sobrada de él.
Como curiosidad, añadir que su antigua obsesión por el color rojo queda aquí reducida al tono del vestido con el que la joven hija baila una coreografía que tiene su importancia en el guion. El resto de colores, la paleta utilizada por Yimou, es ahora más apagada, más triste, como corresponde a la época retratada.
Excelente el trío protagonista: Chen Damoing como el padre, la bailarina y debutante en el cine Zhang Huiven como la hija, y la extraordinaria Gong Li, otrora musa y amante del director, con la que ha vuelto a contar para bien del cine. Recuérdense veleidades de la actriz china actuando para blockbusters americanos… Como guinda final, anotar que las notas de piano que se escuchan provienen de las geniales manos de Lang Lang. Sobran comentarios.
No estamos ante una obra maestra, pero seguramente sí ante uno de los mejores títulos del verano junto a “Sunsetsong”. Curiosamente los directores de ambas las han hecho mejores, lo que no es óbice para que lo que ahora nos proponen siga siendo notable.
FERNANDO GRACIA