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Sí, yo también sufrí tanto como tú

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Sí, yo también sufrí tanto como tú

María Mascareña / Psicóloga. Yo también confundí la dependencia con el amor y sentí que sin la otra persona mi vida sería una mierda. También hice todo lo que pude para que no se fuera de mi lado, a pesar de que muy adentro sabía que lo que hacía no era bueno para mí.

Yo también cambié, me hice sumisa, me porté bien, para no enfadar a la otra persona. También viví desde el miedo, sin poder disfrutar de las cosas bonitas de la vida, porque ya todo se convirtió en monotonía, desilusión, oscuridad.

Al igual que tú, yo también me adapté al otro para evitar broncas, coarté mi libertad casi sin darme cuenta, y todo para aparentar ser de la forma que quería quien estaba a mi lado.

Cambié mi ropa, cambié mi vida, cambié mi forma de ser… incluso me alejé y cambié mi actitud ante mis amigos para que nadie se diera cuenta de que ya mi vida no era la de antes.

Yo también sentí miedo a equivocarme, a quedarme sola, a volverme loca. Sentí el agobio de querer salir corriendo y pensar que no era capaz. Sentí vergüenza por la vida que llevaba y decepción por no ser capaz de dar carpetazo y comenzar una nueva vida.

Yo también me guardé la ira y la fui comiendo poco a poco. También me quedé ahí, sin hacer nada, siguiendo la corriente y dejando mi vida pasar.

Pero un día decidí expresarlo, decidí vivir.

Un día aposté por mi vida y pedí ayuda a mi gente. Me decidí a contarlo y a ser valiente. Con miedo, si, pero sin dejar de luchar por mí cada día.

Un día empecé a salir a la calle, a dejar de esconderme y rodearme de personas que me hacían bien, con las que sentía la libertad de ser yo misma, donde no había broncas, gritos ni amenazas.

Un día decidí que esa persona no volvería a entrar en mi vida, pasara lo que pasara. Decidí hacerme fuerte para ser capaz de afrontar lo que vendría. Decidí tener paciencia y esperar a que se “olvidara” de mí y me dejara en paz.

Un día dejé de contestar a sus llamadas, llenas de cambios de actitud para meterme de nuevo en la trampa en la que estaba metida. Dejé de escucharle para evitar los intentos de convencerme.

Un día fui capaz de denunciar el acoso, las amenazas… fui capaz de ponerme en pie y gritarme a mi misma “¡Hasta aquí he llegado!”.

Ahora ya ha pasado el tiempo y parece que fue hace mucho.

Ahora me doy cuenta de los errores que me llevaron a elegir esa pareja. Del miedo que sentía a estar sola, de la autoestima tan baja que tenía en el momento en que apareció en mi vida.

Ahora soy capaz de ver mi responsabilidad en todo lo que pasó y de no culpar a la otra persona, soy capaz de comprender que en una pareja somos dos y que la libertad no me la quitó nadie, sólo yo me olvidé de ella.

Ahora entiendo lo fácil que es entrar en el juego del chantaje cuando te has aferrado a alguien para sentirte querida y valorada, y cómo ese juego te lleva directamente a sentirte la persona más horrible, despreciable e inútil del mundo.

Ahora me doy cuenta de que no depende del sexo, que es algo que va más allá. Ahora me doy cuenta de que no sólo hay hombres que tratan mal, sino también mujeres, que el maltrato no sólo pasa por los golpes sino también por las malas palabras, el acoso, el chantaje.

 

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