Francisco Javier Aguirre.– Presentada en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida el año pasado, ha recorrido durante el presente algunos escenarios de la geografía española cosechando opiniones de diverso signo.
Por una parte se alaba la modernidad de la puesta en escena, así como la actuación de parte del elenco, más consistente el masculino que el femenino, si se exceptúa a la veterana María Galiana en el papel de Althea, pero por otra se censura el tono procaz y a veces soez del lenguaje que empaña en cierto modo el mensaje de la obra convirtiéndola en una farsa de carnaval.
Es conocido el argumento: en un mundo gobernado por los hombres, las mujeres atenienses se sublevan para vencerlos en su propio terreno, pues disfrazadas de éstos tomarán el poder y a continuación transformarán la sociedad haciéndola más igualitaria.
La filosofía aristofánica conecta con algunas ideas de la época, en la que se planteaba un esbozo del comunismo como reacción a la decrepitud democrática, y así pergeñó el autor su comedia, con un espíritu crítico y lúdico al mismo tiempo, aunque la versión ahora contemplada se excede derivando lo que pudo ser la primera utopía, donde los bienes son propiedad común, hacia el exceso de un cabaré esperpéntico de chascarrillos y humor grueso.
Hay escenas particularmente divertidas en esta sátira coral, como la del procurador Cremes, interpretado por Sergio Pazos con marcado acento gallego.
En conjunto la obra va de más a menos. Se mantiene el tono hasta el debate entre los protagonistas Blépiro (Pedro Mari Sánchez) y Praxágora (Lolita Flores), que acierta en la actualización del lenguaje actual y en la transferencia a la realidad política contemporánea. Después, el espectáculo decae reduciendo la carga satírica e inclinándose por un tipo de comedia que recurre a un erotismo vulgar, de frases gruesas y situaciones escatológicas que llegan a aburrir, desembocando la pieza en una parodia musical falta de la necesaria unidad de estilo.
Francisco Javier Aguirre