Fernando Gracia./ Han pasado tres décadas desde que Oliver Stone irrumpiera con estrépito en las pantallas mundiales. Su “Platoon” ganó el Óscar y convirtió en célebre a su director de la noche a la mañana. Durante unos años sus películas se recibieron con cierta expectación, y aunque su cine fue casi siempre controvertido, se le tuvo como un director puntero.
En poco tiempo se convirtió en una suerte de cronista de la historia reciente de su país, Norteamérica. Dio en la diana con títulos como “Nacido el 4 de julio”o “JFK, caso abierto”, se atrevió con un filme sobre The Doors, o más bien cabría decir sobre su líder Jim Morrison, fue discutido por su acercamiento a la figura de Nixon, tocó en “World Trade Center” un tema tan candente como el del derribo de las Torres Gemelas, y fue harto discutido y criticado por sus películas sobre Fidel Castro o Hugo Chávez.
Entre unas cosas y otras, apostaría por decir que su cine ha dejado de tener el respaldo del público y de gran parte de la crítica.
Pero aun así, siempre se espera algo de sus propuestas. Cuando vi “Snowden” recientemente en la soberbia pantalla del Kursaal de San Sebastián, estaba a priori tan esperanzado como temeroso. La perspectiva de afrontar la visión de una película de dos horas y cuarto sobre el famoso escándalo de las revelaciones que hizo Edward Snowden a la prensa sobre los sistemas de espionaje masivo sobre todo el mundo, era como para recelar.
Y debo decir que ni siquiera se me hizo larga.
Con afán entre didáctico y acusatorio, narrando con estructura de thriller, Stone nos cuenta las andanzas de este consultor tecnológico, que tras un breve paso por los marines entró a trabajar en la Agencia de Seguridad Nacional y que en un momento determinado pensó que lo que veía estaba llegando demasiado lejos…y decidió convocar a la prensa y “largar”.
A pesar de tratar asuntos con abundancia de jerga tecnológica, el hábil guion lo cuenta de forma suficientemente clara como para que las personas ajenas a ese mundillo lo comprendamos. No hay que olvidar que no estamos ante un documental sobre el caso – se pudo ver no hace mucho “Citizenfour”, que sí lo era-, sino ante una ficción sobre hechos reales, y esta ficción funciona suficientemente bien como para que sigamos la trama como un asunto de intriga al uso, aunque cualquiera que lea la prensa sabrá cómo acaba. O cómo sigue, ya que al momento de escribir estas líneas el susodicho está exiliado en Rusia.
Oliver Stone filma francamente bien. Dispone de medios y los emplea con eficacia. Tampoco inventa nada nuevo, pero sí pone su eficacia técnica en favor de lo que quiere contar y de la polémica que está desde que estalló el escándalo en boca de todos: “Traidor o patriota”. Tema este último, el del patriotismo, bastante recurrente en la filmografía del director.
Joseph Gordon Lewitt “encarna” perfectamente la figura del todavía joven informático. Y utilizo el verbo encarnar plenamente a conciencia, ya que hay hasta un cierto parecido físico. A destacar en el largo reparo la presencia de figuras tan reconocidas como Melissa Leo, Tom Wilkinson y el tantas veces denostado –y con frecuencia razonadamente- Nicolas Cage, que en esta ocasión defiende un papel secundario con suma corrección. Igualmente recuerdo como notable su banda sonora.
Soy consciente que la película no interesará a todo el mundo y que no faltarán quienes la rechacen por larga o por haber quedado suficientemente informados con el documental, sin olvidar aquellos a los que hace tiempo dejó de interesar el cine de Stone.
Pero también opino que quienes no sean plenamente conocedores del asunto y quienes gusten de los thrillers van a apreciar la película. Y sí estoy plenamente convencidos que todos los que reflexionen aunque sea solo un poquito sobre el fondo de la cuestión de que se trata van como mínimo a estremecerse, aunque sea un breve rato, porque en el fondo ya lo intuíamos y hasta puede que no nos importe demasiado. Y esto último sí que es para ponerse a temblar.
FERNANDO GRACIA