Francisco Javier Aguirre. Extraordinaria la versión de la obra calderoniana por el Teatro del Temple, que ha conseguido traer a la modernidad, sin traicionar su origen, este drama de alcance universal. Ha sido ofrecido durante el segundo fin de semana de noviembre en el Teatro Principal.
Bajo la dirección de Carlos Martín, con dramaturgia de Alfonso Plou, la acción transcurre con un ritmo mantenido, apoyada desde su inicio en claroscuros simbólicos, y sobre todo en la actuación de unos personajes que, encabezados por José Luis Esteban como el príncipe Segismundo, mantienen un alto tono hasta llegar al final feliz, un tópico inevitable si se quiere ser fiel al texto de Calderón.
El trasfondo filosófico predomina sobre la propia acción dramática: ¿hasta qué punto el ser humano es libre?, ¿no es posible confundir la realidad y el sueño?, ¿quién nos garantiza que nuestra percepción de las cosas y de las personas es la correcta?, ¿son más importantes las tendencias innatas, los códigos genéticos, que la educación y el ambiente en que se desarrolla un individuo?
Todas estas cuestiones y algunas más se van sucediendo a medida que las peripecias del cautiverio de Segismundo, y su tránsito eventual a una situación de poder, permiten a los actores ir elaborando un tejido escenográfico de gran altura.
La iluminación, el vestuario y la caracterización contribuyen a consolidar la obra, pero hay un elemento de especial relevancia que envuelve toda la producción: la música creada e interpretada por Gonzalo Alonso. Utilizando una docena de instrumentos, algunos simultáneamente, consigue crear un ambiente de enorme tensión, misterioso, ácido, tétrico y lúdico alternativamente, apoyando los textos excelentemente recitados por los actores que han contado con un maestro espléndido, José Luis Esteban, complementario a su papel de protagonista.
El Teatro del Temple ha dado una vez más muestra de su enorme categoría. El excepcional marco escénico y los medios técnicos del Teatro Principal han contribuido a que esta obra, sin edad ni territorio, al margen de sus circunstancias creativas, brille en todo su esplendor.