
Francisco Javier Aguirre. Después de un largo recorrido por diversos escenarios del país, este drama escrito por Alberto Conejero llegó al Teatro Principal el pasado fin de semana.
El tema recurrente de la Guerra Civil siempre atrae a un público que desea conocer de primera mano algunos de los sucesos aparentemente mínimos, pero muy significativos, que jalonaron la contienda. En este caso la conversación entre un preso republicano, próximo a ser fusilado, y su improvisado carcelero. Interpretaba el primer papel Daniel Grao, y el segundo Nacho Sánchez, bajo la dirección de Pablo Messiez.
El episodio, que con toda seguridad se repitió mil, diez mil, veinte mil veces a lo largo del conflicto, en este caso tiene un aliciente único. En la obra de Conejero, el teniente republicano es nada menos que Rafael Rodríguez Rapún, uno de los colaboradores principales de Federico García Lorca en su labor literaria, ya que fue secretario de la compañía teatral ‘La Barraca’.
La trama da juego a una de las obras póstumas de García Lorca, los ‘Sonetos del Amor Oscuro’, que el condenado a muerte intenta salvar de la desaparición rogando al joven carcelero que los recupere en Madrid. Esta circunstancia incrementa la tensión del momento y acelera la atención del público, pero no sería estrictamente necesaria para alcanzar el clímax dramático de la obra.
Situaciones como la que contemplamos sobre el escenario se darían miles de veces durante la Guerra Civil en ambos bandos, y ésa es la tragedia: hermanos contra hermanos, y no simplemente por ser españoles de ideas o coyunturas contrarias, sino por ser humanos. Un vórtice sin fin que cada día golpea las conciencias de la gente de bien, aunque no los sucios intereses de los potentados que, legal o ilegalmente, se lucran con las guerras.
La interpretación de los actores es soberbia, sobre todo la de Nacho Sánchez en el papel de Sebastián, un adolescente que acaba de quedarse huérfano y a quien manipula sin escrúpulo el mando militar que ocupa el territorio donde sucede la acción, en las cercanías de Santander.
Su pánico le convierte en una víctima más frágil y más trágica aún que el propio teniente republicano que va a ser fusilado al amanecer. Se ha hablado y criticado duramente la leva de adolescentes, denominada la ‘quinta del biberón’, por parte del gobierno de la República en 1938, pero ‘La piedra oscura’ muestra también la otra cara de la moneda, menos difundida pero igualmente ignominiosa: en una guerra, sobre todo si es civil, hay poca diferencia entre un bando y otro; casi todos los humanos pertenecemos a una especie primitiva en la que la educación y la cultura apenas tiñe nuestra epidermis.
Una escenografía simple, pero pavorosa en su rigidez, y una ambientación sonora difusa, pero agobiante, completan el impacto del espectáculo.