Francisco Javier Aguirre. El Teatro de la las Esquinas se convirtió en una escondida gruta de las montañas de Afganistán en la noche del pasado sábado, día 28 de enero. Los recursos de la luminotecnia envolvieron en un ambiente lúgubre toda la sala, creando una sensación de ahogo entre los espectadores. Un recurso infalible para hacerles participar desde dentro del drama que expone la obra de Julio Salvatierra, ‘Los esclavos de mis esclavos’, bajo la dirección de Álvaro Lavín.
No es un espectáculo que se desarrolle en un escenario y se contemple desde la grada, sino que desde el inicio está uno implicado en la tortura a la que han sometido al primer rehén. No tarda en aparecer el segundo, un escritor de origen afgano y pasaporte norteamericano, para terminar entrando en escena la directora de ACNUR de la zona, también capturada. Para atender a los tres, periódicamente aparece otra figura femenina, muda y oculta bajo un burka, que les proporciona el agua y el alimento indispensable para sobrevivir.
Elvira Cuadrupani, Inés Sánchez, Fran Cantos y el propio Álvaro Lavín dan vida a los personajes, forzados a mantener un contacto que no han buscado intencionadamente, aunque siempre se supieron abocados a la situación: todos al cautiverio, independientemente del bando al que pertenecen. La ansiedad, la angustia, la desesperación y los brotes de locura crecen día a día. El final es incierto. Ignoran si se pagará su rescate o si les aguarda la muerte.
La propuesta escénica de Meridional Producciones explora el día a día de los rehenes que se comunican entre sentimientos encontrados, donde no faltan el humor, la agudeza del ingenio, las citas literarias, la esperanza en la liberación y hasta los planes de fuga. Rober, Ismail y Anik, los occidentales vinculados al mundo de la cooperación, van superando la tensión diaria a base de sentido común, de confidencias, de contradicciones y de una especie de ternura irracional a la que deben rendirse para que no decaiga la esperanza.
En el trasfondo está la situación geopolítica que ha provocado su cautiverio, algo en lo que el texto no incide, por obvio hasta que desata su lengua la carcelera muda. Una situación en la que estamos todos implicados, unos por activa y otros por pasiva. Porque también es una víctima Amina, la mujer talibán convencida de su misión.
Ella transmite el mensaje de la obra cuando se decide a hablar: ¿Por qué Occidente se ha inmiscuido en los asuntos del Medio Oriente? Hay una única respuesta: la codicia. Se tomaron iniciativas y se aplicaron decisiones perversas con el único objetivo de obtener beneficios estratégicos y económicos. Es un delito de lesa humanidad que juzgará la Historia.
Sin renunciar a la denuncia, el texto da cauce a los sentimientos, las sugerencias, el humor y la poesía, con citas explícitas que alivian y esponjan la crudeza del argumento. Buena interpretación de los personajes, particularmente de las mujeres, encarnando con viveza su papel.