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La gata sobre el tejado

 Juan Diego y Eloy Azorín en 'Una gata sobre un tejado de zinc caliente'. / Foto: www.ptcteatro.com
Juan Diego y Eloy Azorín en ‘Una gata sobre un tejado de zinc caliente’. / Foto: www.ptcteatro.com

Francisco Javier Aguirre. ‘Una gata sobre un dejado de zinc caliente’ es la obra cumbre de Tennessee Williams, con la que obtuvo su segundo premio Pulitzer en 1955. Fue estrenada ese mismo año en Broadway bajo la dirección de Elia Kazan. Su repercusión internacional fue inmediata. Se representó en varios países, llegando a España en 1959. A partir de entonces se han producido al menos otras cuatro versiones de difusión nacional en nuestro país.

La última, estrenada en noviembre de 2016 en Avilés, llegó el pasado fin de semana al Teatro Principal. Bajo la dirección de Amelia Ochandiano, con el protagonismo estelar de Juan Diego, como el abuelo, acompañado muy notablemente por Maggie Civantos como Maggie, Ana Marzoa como la abuela, Eloy Azorín como Brik, Marta Molina como Mae y José Luis Patiño como Gooper, el drama desarrolla toda su complejidad en un escenario austero, en el que únicamente destaca por su sofisticación el lecho matrimonial de Brick y Maggie.

Pero el interés de la obra no está en su puesta en escena, sino en su contenido, una transcripción tensa de temas universales como la muerte, la enfermedad, la fidelidad conyugal, la amistad, el alcoholismo, la ambición, los secretos familiares, la codicia, la homosexualidad oculta, la envidia y la mentira (la ‘mendacidad’, es el término utilizado con acierto). El argumento está situado en un punto físico impreciso, aunque sepamos que se refiere al sur de los Estados Unidos, una tierra fértil donde la familia tiene grandes posesiones que son el origen del conflicto, pero puede trasladarse a cualquier otro lugar del mundo occidental.

Una familia acaudalada, con evidentes disensiones internas, se reúne con el aparente motivo de festejar el 70 cumpleaños del patriarca. Hay otras razones ocultas, que irán surgiendo a lo largo de la trama y que se prestan a la reflexión, porque el mundo sigue siendo como fue y lamentablemente como lo será durante mucho tiempo.
Vivimos en una sociedad donde la solución a los problemas se busca más en el enfrentamiento que en la concordia; un mundo donde los diálogos carecen de nobleza y ocultan segundas intenciones.

Tennessee Williams retrató magistralmente este estado de cosas hace más de 60 años, una situación que hoy se reproduce en ambientes más sofisticados, más tecnológicos, pero de torpeza semejante. ¿Dónde está el progreso de la humanidad? ¿En la tecnología, en el bienestar, en la salud, en la justicia y en la aplicación de los derechos humanos? Evidentemente, en todo ello, pero falla lo fundamental: el desarrollo de la conciencia y del compromiso en el individuo y en la sociedad. La sensación que deja este minucioso retrato de Williams, tan atinadamente dirigido por Amelia Ochadiano, no abre un resquicio al optimismo.

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