Fernando Gracia Guía. Son escasas las películas iranís que llegan a nuestras pantallas, pero las que lo hacen suelen ser como mínimo muy interesantes, cuando no pequeñas obras de arte. Y utilizo el adjetivo en tanto en cuanto suelen ser filmes de bajo presupuesto, de apariencia humilde a veces, alejados del concepto de superproducciones que con tanta frecuencia asaltan nuestras pantallas. Y aquí utilizo el verbo de forma peyorativa.
Con su Óscar a la mejor película de habla no inglesa aún calentito, podemos ver ahora “El viajante”, nueva producción de Asghar Farhadi, quien ya nos encandiló con su excelente “Nadir y Simin, una separación”.
Algunos puntos de contacto podemos establecer entre ambas películas: la acción centrada en Teherán, el tono naturalista, la leve línea argumental, la absoluta coherencia del relato, la sutileza del guion y las referencias a la realidad actual del país, todo ello sin apenas subrayados y bien ensamblado, en una ingeniosa labor de orfebrería que me temo algunos espectadores no llegarán a apreciar, y perdonen mi aseveración.
Un joven matrimonio muy implicado en la cultura –él da clases de literatura y ambos son actores de teatro- ven su vida alterada por un incidente que la esposa sufre al ser aparentemente asaltada en su propia casa.
Se desencadena poco a poco un drama, ya que lo ocurrido despierta sentimientos y comportamientos diferentes en ambos, que afectan no solo a su vida sentimental sino a sus quehaceres profesionales y artísticos. La trama deriva hacia una suerte de thriller sin policías, en su doble vertiente de averiguación de lo ocurrido y de posturas ante los hechos.
Asistimos al proceso de desentrañar lo ocurrido mientras el matrimonio prosigue su actuación en una obra de teatro, que no por casualidad es “Muerte de un viajante”, la obra maestra de Arthur Miller.
La vergüenza, la situación de la mujer en aquella sociedad –véase la inquietante postura de una señora compartiendo un taxi al principio del filme-, el qué dirán y finalmente la humillación, van apareciendo a lo largo de un guion que, analizado a posteriori, llegamos a comprender que roza la perfección, aunque durante la visión nos haya podido desconcertar en algún momento.
Muy bien interpretada, con un actor que ya trabajó para Farhadi en el filme anterior citado, de nombre Shahab Hosseini y que ganó recientemente en Cannes, transmite en todo momento una interesante sensación de verdad y deja un poso triste en los espectadores.
Farhadi, al igual que hace –cuando puede- el no menos grande Jafar Panahi, habla de forma indirecta de su país. Y lo hace a través de historias de apariencia sencilla pero de extraña complejidad a poco que se analicen fríamente. Ambos luchan a su manera: Panahi ha sufrido prisión y arresto domiciliario, que ha burlado con inteligencia rodando filmes semi clandestinos, que ha conseguido sacar del país de forma subrepticia. Mientras que Farhadi protestó la actitud de Trump negándose a ir a Los Ángeles. Su cine y no solo sus actos son combativos. En Europa y sobre todo en Francia, donde encuentran financiación, así lo comprenden.