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Tu palabra, hágase en mí

tu palabra hagase en mi cartelFrancisco Javier Aguirre. Un escenario repleto de sugerencias imprecisas y amenazas ocultas enmarca la acción de ‘Tu palabra, hágase en mí’, la pieza poética de Miguel Ángel Mañas en la que se dramatiza el oscuro fenómeno de la prostitución. La han interpretado el pasado fin de semana en el Teatro del Mercado Vicky Tafalla y Ángel Gotor bajo la dirección de Santiago Meléndez.

Con la participación de María José Moreno como eco en off de una letanía de lamentaciones de la protagonista, la obra fluye entre el horror de la miseria moral y la fragancia de la poesía desesperada. El autor dispara por elevación contra esta lacra universal que parece haber acompañado a la especie humana desde sus inicios. No ha optado por una expresión realista de la podredumbre, sino por una muestra interna del desgarro que se produce en una mujer indefensa que rememora desde la inocencia perdida lo que ha sido y está siendo su existencia.

Más que un alegato contra la explotación del cuerpo femenino, la obra plantea una sublimación de las posibilidades del amor ausente, sustituido por una mera objetualización que deja a las víctimas al borde de la miseria moral. El hombre, encarnado por un ser bifronte, se manifiesta en ambos universos con un poderío de doble faz también: el dominio y la protección.

De este modo parece cerrarse un círculo cuyo centro ocupa la mujer, tanto en su papel de víctima como de verdugo, porque las diversas caracterizaciones de la protagonista le conceden también esa función. Es el momento más patético del drama poético de Miguel Ángel Mañas: la mujer contra la mujer para servirla como juguete al hedonismo masculino. No hay posibilidad de redención, el destino parece marcado con un sello indestructible. La ternura es expulsada para siempre y en su lugar se instala la rabia, que no llegará a rebelión porque las circunstancias psicosociales no han variado en profundidad a lo largo de los siglos.

La ejecución minuciosa por parte de Vicky Tafalla de una sentencia en cierto modo irrevocable, con el concurso proceloso de Ángel Gotor en su desmultiplicación actoral, definen la obra como un canto a la desesperanza. El impacto y la desazón están servidos. El espacio escénico, entre el lujo externo y la miseria interna, refuerza la sensación de derrota. En cuanto al título de la pieza poético-dramática, surge un cierto enigma a causa de sus resonancias evangélicas.

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