Francisco Javier Aguirre. La compañía El Vodevil ha presentado el pasado fin de semana en el Teatro Principal la obra de la escritora irlandesa Marina Carr titulada ‘Marmol’. Dirigidos por Antonio C. Guijosa, los actores José Luis Alcobendas, Elena González, Pepe Viyuela y Susana Hernández dan vida a dos parejas cuyos maridos son compañeros de trabajo. Arranca la acción con la confesión de uno de ellos, Art, al otro, Ben, de que la noche anterior ha soñado con la mujer del segundo, Catherine.
Lo que pudiera dar origen a un vodevil o a una comedia de enredo, toma rápidamente la ruta del conflicto dramático que no solo se plantea entre los dos hombres, sino que afecta a las dos mujeres. Catherine, personificada por Elena González, confiesa igualmente a su marido, Ben (José Luis Alcobendas) que ella ha tenido los mismos sueños en los mismos escenarios y con el mismo desarrollo que Art (Pepe Viyuela).
Hay una fase de imprecisiones, de veladas acusaciones, de oscuras réplicas, de sospechas infundadas, de propuestas descabelladas, toda una serie de disparates originados por la perturbación psicológica que afecta a los personajes, que provocan un aumento exponencial de la tensión entre los cuatro, hasta que las dos mujeres enfrentadas demuestran ser las verdaderas protagonistas del conflicto.
La obra plantea temas muy profundos y ciertamente universales dentro de nuestra civilización occidental, al menos, aunque la atmósfera en que se desenvuelven alude claramente a su origen nórdico. El ambiente es frío, distante, cortante y cerrado. Partiendo de una cierta ingenuidad por parte de los amantes ‘oníricos’, se llega a un conflicto de dimensiones inesperadas.
En el coloquio posterior al estreno en Zaragoza, el viernes 17, se planteó esta distancia entre la mentalidad nórdica o anglosajona y la latina a la hora de enfrentar la problemática que plantea la obra. También se debatió sobre el proceso de construcción del drama que en algunos momentos, a mi parecer, se enrosca sobre sí mismo, formando un bucle sin salida, hasta que una de las mujeres toma definitivamente la decisión de cambiar su rumbo. Es el momento en que Catherine aparece teñida de rubio, coincidiendo con los sueños de Art, y decide romper su vida anterior.
No hay respuestas por parte de la autora, sino una cascada de preguntas sobre la decisión tomada en un momento y las alternativas desechadas. Se cuestiona la posibilidad de rectificar, la conveniencia de mantenerse dentro del consenso legal frente a la ejecución de los deseos más profundos, la duda entre mantener o romper las promesas que en un momento se hicieron.
En el fondo del drama transita la inestabilidad del tiempo, ese gran misterio que cada vez aparece con mayor reiteración en las producciones artísticas y literarias modernas. La aspiración a lo sublime, a superar los frenos y las barreras que a cada uno impone la existencia es otra de las aspiraciones que finalmente se alza con el protagonismo en la persona de Catherine. La vorágine envuelve a los otros tres personajes sin que el espectador pueda prever cuál va ser el destino de cada uno. No es posible, porque ni siquiera los implicados tienen una visión clara sobre lo que va pasar.
La autora termina con un gran interrogante que afecta a cualquier espectador que desee analizar sus sueños profundos, sus aspiraciones insatisfechas, sus frustraciones palpables, sus alternativas abandonadas y se pregunte si, como decía el poeta, cualquiera tiempo pasado fue mejor.
La construcción de los personajes tiene gran altura, la escenografía es suficientemente dura, incluso acerada, para acompañar la crudeza de la acción, y el espacio sonoro contribuye a envolver un drama que tantas veces podemos encontrar a nuestro alrededor, incluso en nosotros mismos, sin llegar a perfilar sus términos.