Francisco Javier Aguirre. El pasado mes de abril ocupó las tablas del Teatro Principal una comedia de Rafael Spregelburg titulada La estupidez, un cúmulo de situaciones disparatadas que ponían de relieve la tontería colectiva y vulgar de un numeroso grupo de personajes, nada menos que 24, encarnados por cinco actores.
En esta ocasión, la del pasado fin de semana, en el mismo foro, han sido suficientes dos personajes encarnados por Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert para, en un ambiente totalmente distinto, llegar a la misma conclusión. La obra comienza con una alusión de Albert Einstein al infinito, cuando dice que, a su entender, hay dos cosas de ese calibre inabarcable, que son el universo y la estupidez humana, pero que del universo no está completamente seguro.
Idiota, un thriller psicológico escrito por Jordi Casanovas, plantea una hipótesis de disección psicológica humana que a pesar de su extrañeza está de plena actualidad. La anécdota es la siguiente: el propietario de un bar karaoke se encuentra endeudado hasta las cejas y acude a un laboratorio científico donde una neuropsicóloga alemana, de nombre Edeltraud, que interpreta con mucho rigor Elisabet Gelabert, le envuelven una tela de araña de preguntas cuya respuesta lógica le puede hacer conseguir una importante cantidad de dinero; por el contrario, las respuestas erróneas van a ocasionar perjuicios a personas de su familia.
Este experimento peligroso, con un trasfondo de malignidad, constituye toda la trama planteando preguntas de carácter psicológico y social que son verdaderas cargas de profundidad. El espectador las va recibiendo, a veces con asombro y otras con temor. El examinado, Carlos Varela, que personificada con gran ductilidad actoral Gonzalo de Castro, entra en una vorágine de sensaciones y sentimientos que acaban desquiciándole, llegando a situaciones extremas que su partenaire acierta a controlar.
La escenografía está muy bien diseñada, con un efectista manejo de la iluminación a cargo de Juanjo Llorens. También la proyección de los videos de Joan Rodón, contribuye a densificar la escena. La acción se desarrolla en un despacho hermético, diseñado para esta prueba psicológica por la que han pasado o van a pasar un millar de individuos, del que es imposible salir y donde se va a producir la rendición del encausado a las servidumbres del mundo contemporáneo: el sometimiento al poder y la pérdida de la dignidad.