Fernando Gracia. Cuatro premios se llevó en el reciente Festival de Málaga la película “No sé decir adiós”. Un debutante, Lino Escalera, curtido en series de televisión, debuta con esta pequeña película de aire intimista, y es fácil suponer que estará presente en los próximos premios Goya, aunque aún falten unos cuantos meses para hacer la selección.
Dos hermanas y un padre viudo enfermo de cáncer: alrededor de ese trío gravita la historia. Aunque al principio pueda parecer que va a ser este último el eje de la narración, finalmente no es así, y es el personaje de la hermana que vive en Barcelona, aparentemente mujer dura con éxito profesional y en realidad una mujer atormentada, confusa, con peligrosas adiciones y bastante desorientada, la que centra la acción de la trama.
Sus relaciones en el entorno laboral, con su hermana y sobre todo con su padre, su agrio carácter y una cierta sensación de culpabilidad componen un personaje muy bien escrito por el director, que firma el guión junto a Pablo Remón. Unos acertados diálogos que destilan naturalidad y la soberbia interpretación del trío protagonista, hacen que la película se siga con interés y por momentos nos toque la fibra sensible.
Bien mirado, la estructura del filme no es precisamente original, pero lo medido de su duración, el acierto de no apurar nunca las situaciones y la verdad que emanan los personajes hace que esta modesta producción deba ser reconocida como un más que estimulante debut.
El padre es Juan Diego, que exhibe su reconocida solvencia y esa voz rota tan característica de sus últimos años. Un papel bombón al que le extrae todo el jugo posible. La hermana que vuelve desde Barcelona hasta las tierras almerienses de su familia y por tanto de su pasado es Nathalie Poza, actriz curtida en la televisión, con unos cuantos papeles en el cine patrio, incluido un Almodóvar, pero que aún no había encontrado un rol de campanillas como el que defiende en esta ocasión. Interpretación que pronostico le valdrá algún que otro premio.
La otra hermana, la que se quedó en el pueblo, casada y con una hija y al cuidado del padre, es Lola Dueñas, impecable como es habitual. Actriz que también trabajó a las órdenes de Almodóvar y que hacía un tiempo no se hacía con un papel con tantas posibilidades.
No estamos ante una obra cumbre ni lo pretende en ningún caso, pero sí ante una película que no deja indiferente, realizada con solvencia y sin recursos facilones, hablando de gente común perfectamente reconocible sin caer ni en el ternurismo ni en los excesos dramáticos.
Si queremos defender al cine español de verdad y no de boquilla, esta es una buena ocasión.