Francisco Javier Aguirre. Durante los días 17 y 18 de junio se ha repuesto en el Teatro Principal, bajo la dirección de Mario Gas, la pieza del libanés, nacionalizado canadiense, Wajdi Mouawad, Incendios, que ya fue presentada en el mismo escenario los días 24 y 25 de noviembre de 2016. El éxito alcanzado entonces y la profundidad dramática de la obra han propiciado esta reposición, largamente aplaudida por los espectadores, algunos de los cuales ya habíamos asistido a la primera representación.
Sobre el elenco encabezado por la genial Nuria Espert y secundado por actores de primer nivel como Ramón Barea, solo ha habido un cambio, el de Germán Torres por Edu Soto, permaneciendo Alex García, Carlota Olcina, Alberto Iglesias, Laia Marull y Lucía Barrado.
El luminoso castellano del traductor Eladio de Pablo, resalta más en un segundo visionado de una obra que ya había sido representada en francés, hace nueve años, bajo la dirección del propio Mouawad en el Teatro Español, de Madrid, y que el cineasta canadiense Denis Villeneuve llevó a la gran pantalla en 2010.
Quienes conocíamos ya la obra, nos hemos vuelto a quedar sorprendidos por la extraordinaria puesta en escena conseguida en esta producción de las compañías Teatro de la Abadía y Teatro Invernadero. Poco podemos añadir al comentario de hace unos meses, como no sea reforzar que el mensaje fundamental de la pieza, al margen de su dramático argumento, es la necesidad de saber mirar adelante con perdón y misericordia, anteponiendo el amor al odio.
La escenografía, el vestuario, el ritmo, la iluminación, el espacio sonoro, los recursos videográficos, el ya comentado lenguaje, las interpretaciones (de la primera a la última)… consiguen que la atención se mantenga desde el inicio y la tensión vaya en aumento a medida que avanza la trama.
Un comentario de Nuria Espert sobre la obra puede resumir perfectamente su contenido, sobre todo en los aspectos poéticos, políticos y filosóficos: “No es que sea difícil de comprender, es un texto dinámico, pero clarísimo. Las escenas se suceden sin interrupción, un cambio de luz puede significar que han pasado veinte años. Es excitante, es atrevido, es poético, es bellísimo: dentro de la mayor dureza, la poesía reclama su espacio. Y el autor es un gran pensador que ha tenido la sabiduría extraordinaria de convertir sus pensamientos –que podrían convertirse solo en filosofía– en teatro para disfrutar, sentir, pensar, reír, asombrarse y también para reconocerse”.
No podría resumirse mejor la excelencia de la obra.