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Tensión sexual

Escena de ‘París puede esperar’.

Fernando Gracia. Inmersos de lleno en el verano, aunque el calendario no lo diga, tal parece que se agradecen las películas ligeritas y refrescantes.

Con ese espíritu uno se decide a ver una producción americana, “París puede esperar”, que tras haber visionado su tráiler de promoción, estaba muy claro de qué iba y que apenas sorpresa alguna se podía esperar.

Y así ha sido. Lo que no quiere decir que no haya pasado un rato distraído, abandonada ya desde el inicio la posibilidad de ver un producto medianamente reseñable desde el punto de vista artístico.

Eleanor Coppola, esposa a la sazón del eminente Francis Ford, se estrena con esta amable cinta, en la cual dice ella haber dado forma a una fantasía propia relacionada con los tiempos en los que ella misma acompañaba a su famoso marido por todos los rincones del mundo, incluidos los grandes festivales de cine.

Así pues, sitúa a su protagonista saliendo de Cannes tras asistir a su festival. En lugar de acompañar a su ocupadísimo esposo a un viaje relámpago a Budapest en avión, acepta el ofrecimiento de un socio francés para llevarla en coche hasta París, donde en breve coincidirá nuevamente con su marido.

Este punto de partida sirve para desarrollar un leve guión que no es sino una sucesión de paradas en ruta en las que el encantador francés le da unas lecciones de gastronomía y paisajismo, al tiempo que desarrolla sus habilidades de seductor.

Una vez planteada la trama no queda sino distraerse con la contemplación de exquisitas especialidades de la cocina francesa, una larga lista de vinos caros y se supone que de buen tomar, y la duda de si la señora caerá o no en la tentación que supone el simpático francés, que demuestra de paso tener, como los marineros, un amor en cada puerto.

Si siempre se ha dicho que es raro ver una película francesa sin escenas con los actores comiendo, en esta se bate el récord, aunque la producción sea americana. Digo la producción, porque tal parece que esté patrocinada por algún organismo de turismo, francés evidentemente.

Obviando de entrada la posibilidad de ver una comedia ingeniosa y de calado cinematográfico, la película puede valer para pasar un rato amable, inculcando incluso en algún espectador el deseo de darse una vuelta por esos sitios. Si puede ser con abundante dinero en el bolsillo o una tarjeta de crédito bien dispuesta.

El oficio y encanto de Diane Lane es fundamental para que la película funcione. Por cierto que ella bien puede saber de las habilidades amatorias de los franceses, no en balde uno de sus maridos fue Christopher Lambert. El que la acompaña en esta ocasión es Arnaud Viard, que da perfectamente el tipo.

Lo dicho, que para pasar un rato agradable sin apenas expectativas, e incluso para poner los dientes largos a más de uno, puede valer. Total, si se analizan el resto de estrenos, salvo alguna ilustre excepción, qué otra cosa podemos esperar, sobre todo los espectadores ya maduritos.

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