Fernando Gracia. Avalada por su reconocimiento en los festivales de Berlín y Málaga, nos llega “Verano 1993”, ópera prima de una joven catalana, Carla Simón. Según nos cuentan está abiertamente inspirada en experiencias propias, ya que algo parecido le sucedió a ella en aquel año.
La historia es muy sencilla: el fallecimiento de su madre la lleva a vivir con sus tíos a un pueblo de Gerona, lógicamente muy diferente a la Barcelona a la que está acostumbrada.
Su compleja adaptación a la nueva vida, su rebeldía, su deseo de comprender qué ha pasado, la relación con su primita, o sea la suma de pequeños detalles sin apenas grandes peripecias, pero que en el fondo son simplemente “la vida”, conforman el guion de esta más que interesante película, nada complaciente por otra parte.
Puede costar un poco entrar en ella. Evidentemente no estamos ante un filme comercial ni ante una película infantil. A mi modo de ver está perfumada por un leve aroma truffauniano, salvando todas las distancias que se quieran. El recuerdo a la figura del jovencito Antoine Doinel me vino más de una vez a la mente al ver alguna de las actitudes de la niña protagonista.
Hábilmente filmada en escenarios naturales, no elude breves escenas costumbristas muy bien resueltas. El poder oírla en su versión original en catalán favorece claramente su apreciación.
Al igual que ocurrió con el debut de su paisana Mar Coll –“Tres días con la familia”- le auguro un más que posible reconocimiento en los próximos premios Goya en la categoría de debutante. Curiosamente ambas películas comparten el interés por las relaciones familiares. A mi modo de ver con mayor riesgo narrativo en la que ahora nos ocupa.
No es una película cómoda para el espectador, que en muchos casos irá al cine pensando que va a ver algo diferente, más convencional. Su falta de acción –aparente, a mi modo de ver- puede lastrarla en la opinión de algunos espectadores. Pero ¿acaso ocurrían grandes cosas en “El camino”, según la obra de Delibes? La modesta versión cinematográfica que hace décadas dirigió Ana Mariscal pasó en su momento sin pena ni gloria, y no falta ahora quien la tiene como una pequeña obra de culto, sobre todo para acercarse a lo que fue una época determinada de nuestro país.
Siempre se ha dicho que es muy difícil dirigir en cine a los niños. Carla Simón obtiene de la inquietante protagonista, Laia Artigas, y de la encantadora Paula Robles, un nivel de autenticidad muy plausible. Del resto del reparto solo conocía a Bruna Cusí –hace poco la vimos en “Incierta gloria”- y el veterano Fermí Reixach, todo un referente en el teatro y cine catalán.
No estamos ante una película para recomendar a todo el mundo, pero sí a aquellos interesados en el cine español y a aquellos dispuestos a apoyar proyectos arriesgados y como en este caso salidos desde sus entrañas. No se olvide que a Carla Simón también le ocurrió algo parecido aquel verano de 1993. Y se nota.