Fernando Gracia. A los ranchos, a las fincas agrícolas y ganaderas, en la Argentina les llaman estancias. En una de ellas, en las inhóspitas tierras de la Patagonia, se desarrolla la modesta película “El invierno”, con la que debuta Emiliano Torres, que la escribe, la dirige y además participa en la producción.
El guion del filme transcurre de invierno a invierno, entre la época de la esquila de ovejas y la del año siguiente, centrándose en los dos personajes que ejercen sucesivamente la labor de capataz en la estancia.
El director parece centrar su atención en los aspectos etnográficos, deslizándose sutilmente una crítica contra la precariedad laboral amén de subrayar la innegable dureza de la vida en un lugar de clima tan duro.
La primera parte se centra más en el personaje del viejo capataz, encarnado por Alejandro Siekeving, visto hace un par de años en la extraordinaria película de Larrain “El club”. Su rostro duro y estropeado transmite una sensación de soledad y de fracaso, con la que apenas necesita de diálogos para intuir su drama interno.
Su relevo, un hombre mucho más joven, reconcentrado, triste, decidido, es encarnado por un convincente Cristian Salguero, prácticamente debutante.
Ambos personajes transmiten una imagen más bien desoladora, acorde con el paisaje que les rodea. En ellos simboliza el autor lo que quiere decir: que ambos son un ejemplo que se repite de explotación y falta de futuro en una tierra tan hermosa como dura.
El filme viene a ser un nuevo ejemplo del buen cine que nos llega de aquellas latitudes, de bajo coste e historias mínimas. Un cine que suele tener buena acogida en los festivales, como le ocurrió a esta película, premiada en San Sebastián con el especial del Jurado así como por la fotografía, realmente espléndida.
Película poco amable con el espectador, atractiva visualmente, no demasiado original pero interesante en todo momento, sobre todo para aquellos espectadores que huyen de los tebeos que copan nuestras pantallas.