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Jardiel

Escena de ‘Abracadabra’.

Fernando Gracia. La carrera como director de Pablo Berger no solo es corta, sino más bien extraña. Tras debutar en los largometrajes en 2003 y hacerlo con la interesante “Torremolinos 1973”, hubieron de pasar nueve años para que arrasara con su “Blancanieves”, toda una rareza en el panorama de nuestro cine.

Ningún nexo de unión se podía apreciar entre ambas, como tampoco con el esperado estreno que ahora, 5 años después, arriba a nuestras pantallas, “Abracadabra”, título que nos hace pensar inmediatamente en el ilusionismo, en la magia, en la fantasía.

Y ciertamente, por ahí van los tiros. Berger ha pergeñado lo que podríamos calificar como una comedia fantástica, donde no faltan las ideas ingeniosas y con la que se puede disfrutar siempre y cuando el espectador se deje llevar y no le busque los tres pies al gato.

Comienza con mucha fuerza, presentando al matrimonio protagonista disponiéndose a acudir a una boda, cuya celebración resulta ser un ejemplo de horterada, no muy alejado a lo que se puede ver frecuentemente.

Una especie de aprendiz de mago, encarnado por un José Mota tocado con un ensortijado pelucón, somete al marido –Antonio de la Torre- a una sesión de hipnosis. La cosa parece que funciona, luego parece que no y al final parece que sí.

A partir de ese momento se desarrolla un curioso guion en el que no resulta fácil averiguar los derroteros que va a tomar, de tal manera que aunque la historia sea lógicamente inverosímil, el espectador se mantiene expectante para ver en qué culmina aquello.

No sé si muchos compartirán mi opinión, pero he creído advertir pronto un aire jardeliano, no sé si buscado de forma consciente o inconsciente. Me han venido a la memoria títulos como “Tú y yo somos tres”, “Un marido de ida y vuelta” o “4 corazones con freno y marcha atrás”. No porque traten asuntos similares, sino por el tipo de humor y por la forma de utilización de lo fantástico.

No nos olvidemos que buena parte de la obra del autor madrileño –aunque con raíces en Quinto de Ebro- no siempre fue bien acogida en su momento y en muchos casos fue incomprendida. Lo que quizá también le pase a esta estimable película de Berger, acostumbrado como está el espectador medio al humorismo utilizado en las comedias de situación televisivas.

Al frente del reparto vuelve a utilizar el director a Maribel Verdú, lo que de entrada le garantiza que esa parcela va a estar bien cubierta. La Verdú, como ella misma se autodenomina, está como siempre, o sea muy bien. Esta mujer puede con todo.

Además de los actores citados, que cumplen sin problemas, colabora el gran José María Pou –en todos los aspectos, como actor y por lo grandote que es- en el papel más histriónico del filme.

Repito lo apuntado más arriba: déjense llevar, no busquen simbolismos ni retorcidos significados, y pasarán un rato agradable. Estamos ante una película de difícil catalogación, que será seguramente muy discutida, y en todo caso ante un producto nada desdeñable, que sobresale en un género que a mi modo de ver no atraviesa en nuestro país por buen momento, precisamente.

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