Fernando Gracia. La figura de Sir Winston Churchill resulta altamente atractiva a priori por su significativo papel durante la II Guerra Mundial y porque, al margen de mayores o menores afinidades políticas, fue y sigue siendo un personaje popular, entiéndase esta expresión como conocido de mucha gente y no solo en su tierra británica.
La producción que dirige el televisivo Jonathan Teplitzky no es una biografía de la larga vida del estadista, dos veces primer ministro del Reino Unido y el hombre que dirigió la defensa del país en los blizz alemanes y acuñó brillantes frases dirigidas a levantar la moral de sus compatriotas.
La acción del filme se limita a media docena de días alrededor de la fecha del desembarco de Normandía, tan influyente para el desenlace final de la contienda. No es una película bélica, no se oyen tiros ni hay bombardeos, es un acercamiento a la encrucijada mental de este hombre, intentando acercarnos el guion no solo al hombre de estado sino al hombre. Alguien a quien le atormenta el recuerdo de pasadas campañas bélicas, y sobre todo del desastre de Gallipoli.
Con una estructura bastante teatral asistimos a sus reuniones con Eisenhower, Montgomery y otros mandos tratando el voluminoso político de impedir el previsto desembarco, que intuye va a ser una carnicería, en contra de las opiniones de los otros militares, más jóvenes que él y con más modernos conocimientos. Y asistimos además a jugosas conversaciones con su inteligente esposa, aderezadas con golpes de genio que intentan presentarnos de la forma más humana posible al personaje, más bajada de un posible pedestal.
Debo decir que la película me ha satisfecho, aun reconociendo que no innova nada y que está contada de forma académica. Aunque también me pregunto si cualquier otra fórmula más “moderna” hubiera resultado mejor, y me respondo que a mi modo de ver, no. Que cumple mejor así con el objetivo.
Uno teme que en este tipo de películas se les vaya la mano patriótica. Pienso que salvo algún toque efectista más estético que otra cosa, aguanta bien el embate. Como película británica, goza de una más que correcta ambientación y sobre todo con una soberbia actuación, no solo de los protagonistas.
No dejaría el buen sabor de boca que creí advertir en la sala, totalmente llena, si no encarnara al personaje central el siempre excelente Brian Cox, que aquí es consciente de haberse encontrado a la edad de 70 años –la misma del personaje en el momento de la acción- con el papel de su vida. Y empleo el verbo encarnar a propósito en lugar de interpretar. Era obligatorio el uso del mimetismo ya que somos muchos los que tenemos en la retina la imagen del político y sus gestos más característicos. A la gente joven seguramente le dirá muy poco el personaje, lo que no es el caso de los que peinamos canas, o ni eso siquiera.
Interpretación de las de Óscar, que en caso de haber sido producción norteamericana tendría casi en el bolsillo. Ruego recuerden los viejos aficionados el caso de Patton y sus siete estatuillas, incluida la de George C. Scott. No le va a la zaga en cuanto a calidad Miranda Richardson en el rol de su esposa.
Una más que correcta película a mi opinión, aunque cierta crítica la haya acogido con tibieza o frialdad. Me atrevo a decir que es de las que gustan a la mayoría ,lo que técnicamente no resulta muy elegante decir en una crítica, pero que se entiende perfectamente.