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Encender la mecha

Escena de ‘Detroit’.

Fernando Gracia. Kathryn Bigelow tiene un puesto asegurado en la historia del cine por el hecho de haber sido la primera –y hasta ahora, la única- mujer que ha ganado un óscar por su labor como directora.

Lo consiguió por la película “En tierra hostil”, un tenso relato sobre los desactivadores de minas. Como los asuntos rudos y varoniles le dieron buen resultado, repitió suerte con “La noche más oscura”, sobre el operativo que acabó con la vida de Bin Laden. Temas, como se puede comprobar, no muy apropiados para ser dirigidos por una fémina si pensamos en los cánones más comúnmente aceptados.

Ahora nos presenta “Detroit”, una suerte de docudrama sobre los hechos violentos ocurridos en esa ciudad allá por 1967, en el fondo un capítulo más de los tristemente habituales disturbios raciales que sacuden de vez en cuando el coloso norteamericano.

Manejando una cámara nerviosa, tras una breve introducción, nos narra un estallido de violencia, de esos que saltan por cualquier incidente, por nimio que sea, y que incendia una sociedad donde esos problemas no están sino dormidos, como esperando que alguien encienda la mecha y los despierte una vez más.

Con un montaje que me ha recordado la película brasileña “Cuerpo de elite”, narra con buen oficio los desmanes de gentes de color así como la dura represión de algunas fuerzas públicas, donde salen a relucir actitudes supremacistas que se aprovechan de su posición de fuerza, al sentirse amparadas por sus uniformes.

Al poco tiempo la acción se centra en un motel a donde va a parar una pareja de músicos nada violentos, algo así como la antítesis de otros tipos que por allí pululan. Una insensatez de un personaje que allí conocen desencadena una dura reacción de los guardias y de allí en adelante el corpus central del filme, que debo decir va subiendo sin parar de intensidad.

A pesar de su larga duración no me ha pesado su visión. La directora va dosificando bien los acontecimientos y añade una coda final para informar sobre las repercusiones de los hechos que allí ocurrieron, rematando la faena con una secuencia francamente conseguida alrededor de la figura del joven cantante, cuya ilusión era formar parte del universo de la Tamla Motown, aquella famosa productora musical especializada en los ritmos interpretados por la gente de color.

Sin que me haya parecido una obra genial, como algunos voceros ya proclaman en vistas a los futuros premios, sí que creo está bastante bien conseguida, mantiene el interés y no dejará de activar cierta polémica en los espectadores. En primer lugar porque mantenerse absolutamente imparcial no es fácil y tal parece que el guion carga un tanto las tintas de forma que puede ser interpretada como maniquea. Pero ya digo, eso va en gustos y en posturas políticas y sociales.

Se apoya en un reparto con actores apenas conocidos aunque algunos ya tengan cierta experiencia, bien es cierto que en títulos de escaso relieve. El joven británico Will Poulter, en su papel de policía con el dedo fácil y posturas racistas, cumple perfectamente aprovechando un rol de malo de los que siempre resultan muy agradecidos.

Volviendo a los premios, me atrevo a aventurar que optará a unas cuantas estatuillas en los próximos premios de la Academia. Tiene puntos a su favor para ello: directora, tema fuerte, mucho afroamericano en el reparto, revisión de la propia historia americana…

Un título potente, bien realizado, apenas original y que no deja indiferente.

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