Francisco Javier Aguirre. La tragedia de las mujeres de Troya que escribió Eurípides está siempre de actualidad. Más allá de la anécdota, conocida por todos quienes se han interesado en los temas de la historia y la cultura clásica, se encuentra el mensaje de la indefensión de la mujer, lacra social de antes y de ahora, de las civilizaciones primitivas y de las que pretenden ser modernas.
Baste recordar que en nuestro país está muriendo violentamente una mujer cada semana, durante los últimos años. Es como si la guerra de Troya fuera un fenómeno interminable cuyas principales víctimas resultaran las mujeres y los niños. Porque la guerra continúa en nuestras cercanías, y son ellas y ellos quienes han de huir en condiciones precarias para salvar la vida.
En la versión presentada el pasado fin de semana en el Teatro Principal, en versión de Alberto Conejero y bajo la dirección de Carme Portaceli, se esquematiza la tragedia despojándola de los contenidos teológicos aportados por Eurípides y de la presencia de los caudillos vencedores, ofreciendo una visión humanista y laica de gran efectismo, protagonizada por mujeres. Alba Flores, Maggie Civantos, Pepa López, Miriam Iscla, Gabriela Flores y Aitana Sánchez-Gijón dan vida a Hécuba, Casandra, Helena, Andrómaca, Briseida y Polixena, acosadas por los guerreros, cuyo mensajero Taltibio, el más ‘contemporáneo’ de los personajes, representa en cierto modo la actitud machista que, por acción u omisión, sigue predominando en nuestra sociedad.
La patética escena inicial, con las mortajas repartidas por el escenario, nos habla de la actualidad. Una imagen similar, contemplada en una plaza pública de Irak, inspiró a la directora el tono de la obra. El espectáculo, producido por el Festival de Mérida, el Teatro Español y Rovima Producciones, se estrenó el pasado mes de julio y ha recorrido parte de la geografía española, para dirigirse luego a Madrid.
Las interpretaciones tienen algunos momentos sobresalientes. Las escenas en las que va a ser sacrificado Astianacte, el hijo de Andrómaca y Héctor, y en la que se entrega su cadáver a Hécuba, son realmente estremecedoras. Buena la actuación de Ernesto Alterio, aunque se le escuchó con dificultad al comienzo de la obra, ocurriendo lo mismo a lo largo de la interpretación con algunas de las protagonistas.