Fernando Gracia. Lo primero que conviene advertir a los seguidores de Alex de la Iglesia –que no son pocos- es que “Perfectos desconocidos” no parece una película del vasco. De hecho, tengo la impresión de que se trata de una especie de encargo, lo que en sí mismo no es malo ni mucho menos. Es un hombre de la industria, su oficio es hacer películas y no hay más que decir.
A quien suscribe, posiblemente por no moverse en sus terrenos habituales y porque no desmadra como acostumbra, esta película que ahora nos llega y que supone su segunda presencia en las pantallas en este mismo año, me ha gustado más que de costumbre.
El filme es una revisión de otro muy reciente firmado por Paolo Genovese, del mismo título y muy celebrado en Italia, donde optó a buen número de premios David de Donatello. Al no haberse estrenado en España no puedo opinar sobre las diferencias, aunque no creo que sean muchas en cuanto a las incidencias del rebuscado guion.
El tema es muy sencillo: tres matrimonios amigos y un séptimo desparejado se reúnen a cenar en casa de uno de ellos. Es una noche extraña, hay eclipse de luna y desde la terraza se puede apreciar la “luna de sangre”. Como un juego alguien propone dejar en la mesa los móviles y oír todo lo que entre en cualquiera de ellos, ya sea vía telefónica, washapp, email y similares.
Como se pueden imaginar, todos y cada uno de los asistentes tiene algo que ocultar. En la habilidad del guionista, el habitual en las películas de Alex, Jorge Gerricaechevarría, está la clave para que la cosa funcione. Y a mi modo de ver, funciona. Se pasa poco más de hora y media de forma divertida, con aciertos en los diálogos –unos más que otros, claro está- y sobre todo porque el excelente elenco de actores defiende con ganas y oficio los buenos papeles que les han caído en suerte.
En un reparto tan coral resulta difícil destacar a unos sobre otros. Quizá le novedad es ver en una comedia a Eduard Fernández, tan sólido y eficaz como acostumbra. Me ha encantado también la clase y saber estar de Belén Rueda. Todo ello, repito, sin desmerecer al resto de compañeros comensales, muy ajustados y bien compenetrados.
La película guarda una sorpresa final. Una pirueta de cierto aire a lo Priestley…y hasta aquí puedo escribir.
A quien suscribe, que en general opina que la comedia española está en estado preocupante, le ha gustado lo suficiente como para opinar que es de las pocas que salvaría en esta temporada, aunque no alcance cotas extraordinarias.
Para quien espere lo habitual en el cine de Alex de la Iglesia, con sus magníficas ideas y el desbarre final que acostumbra, mejor decirle de antemano que se lo piense. Que esto es otra cosa: comedia pura y dura con su puntito de crítica social muy actual. Y que a pesar de desarrollarse casi en su integridad en un espacio cerrado no parece teatro filmado. Y eso sí que es mérito del director, que sabe filmar muy bien.