El genio y los demás

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Frame de 'El hilo invisible'.
Frame de ‘El hilo invisible’.

Fernando Gracia. La carrera como director de Paul Thomas Anderson no consta de muchos títulos: ocho en veinte años. No obstante, desde su segundo trabajo, “Boogie nights”, concitó la atención de crítica y público y bien puede decirse que nunca ha dejado indiferente a nadie.

Personalmente, además del mencionado, solo me llenó del todo su “Magnolia”. “Pozos de ambición” me pareció entre brillante y excesiva, mientras que sus “Embriagado de amor” y “The master” hasta me llegaron a irritar por momentos. Eso sí, nunca me dejaron indiferente.

De ahí que esperara con interés su último trabajo, “El hilo invisible”, animado por la presencia –que el actor apunta como despedida, vete a saber si será cierto- del gran Daniel Day Lewis. Y coloco el adjetivo sin pudor, ya que le considero uno de los mejores de estos últimos treinta años. Cuatro miradas de este actor valen más que docenas de interpretaciones de otros.

Ambientada en el mundo de la alta costura, hay quien dice que está inspirada en la figura de Balenciaga. Puede ser en algunos detalles: un tipo serio, reconcentrado, absorto en su genio creador, muy educado en su imagen pública y, cómo no, muy difícil en el trato íntimo. En cuanto a sus preferencias sexuales no creo que haya sido el espejo en el que se ha mirado, ya saben ustedes.

Pero el filme de Anderson no trata exclusivamente de ese apasionante mundo, al parecer ya periclitado. Va más bien sobre la dificultad de vivir con un genio. El modisto entabla una curiosa relación con una muchacha mucho más joven que él, de extracción humilde, de suave belleza natural, pero ¡ay! muy “normal”. Se establece una relación blanca con ciertos aires a lo Pygmalion, que en el último tercio de la película da un curioso giro próximo al cine de terror psicológico.

En el fondo, la película no es sino un elegante melodrama. Elegante no solo porque se mueva en el terreno de la más exquisita elegancia, sino por el tratamiento fílmico que el director le da, ratificando su buen gusto con la cámara mostrado ya en ocasiones anteriores.

Estamos ante un brillante espectáculo visual adornando una historia que puede parecer en algunos momentos sofisticada, pero que en el fondo no lo es tanto: la constatación de la dificultad que representa estar junto a un genio creativo, así como la necesidad de que alguien a su lado tenga los pies en el suelo. En esta historia lo es la hermana del modisto, una soberbia Lesley Manville, nominada a los Óscar por su magnífico trabajo.

La muchacha protagonista es la desconocida Vicy Krieps, que cumple aceptablemente. Y llenando la pantalla, una vez más, el citado Daniel Day Lewis. Tres premios de la Academia le contemplan. Vuelve a estar seleccionado por este su ¿último? trabajo y como acostumbra vuelve a estar deslumbrante. Todavía quien suscribe le recuerda hace tres décadas como el joven ambiguo de “Mi hermosa lavandería” para luego seguirle en su extraordinaria carrera, con jalones tan brillantes como “Mi pie izquierdo”, “El último mohicano”, “En el nombre del padre” y así sin parar hasta la que dice va a ser su última aportación al cine.

Película recomendable para personas “de cierta edad”, sobre todo por el ambiente que muestran. Si van con grandes expectativas, igual se quedan un poco a medias. A mi modo de ver es de digestión lenta y pausada, pero a un servidor no se le indigestó en absoluto. Es más, creo que el tiempo será magnánimo con ella.

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