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Chicos normales

Fernando Gracia. La larga carrera como director de Clint Eastwood ha dado títulos inolvidables, consiguiendo incluso la unanimidad de aceptación entre crítica y público, algo no muy habitual por otra parte.

De ahí que sus múltiples seguidores, entre los que me cuento, esperen con cierta expectación sus trabajos, aunque en el fondo piensan –pensamos- que difícilmente vaya a superar trabajos precedentes.

Curiosamente dos de sus últimos trabajos antes del que ahora se estrena, “El francotirador” y “Sully”, trataban hechos reales en los que los protagonistas eran gente normal que en un momento de sus vidas habían tenido un comportamiento que se sale de esa norma. Comportamientos que muchos calificaron de heroicos.

Esto explicaría que Eastwood se sintiera atraído por la historia que protagonizaron tres jóvenes en agosto de 2015, cuando viajaban en el tren Thalys que une Amsterdam con París.

El espectador cuenta de entrada con lo que puede ser un hándicap: se conoce lo que pasó, su desenlace. Por tanto, no hay misterio ni suspense. El guionista tiene que llenar los huecos para que salga una película de duración normal.

¿Y qué nos encontramos en este “15,17, Tren a París? Simplemente una presentación de estos tres chicos, sus andanzas cuando tenían unos 12 años, sus aficiones a las armas y la razón por la que dos de ellos entraron en las fuerzas armadas. A partir de ahí, un recorrido turístico de estos tres típicos y tópicos americanos por Europa. Una sucesión de lugares comunes sin apenas interés, aunque agradable a la vista, muy posiblemente porque no solo fue así la realidad, sino porque Eastwood nos los quiere presentar como son: como unos chicos absolutamente normales, con todos los convencionalismos que esto acarrea.

El problema es que para el espectador todo este preámbulo al momento cumbre del intento de atentado en el tren le suena a archisabido y más parece un telefilme de sobremesa que otra cosa. Y más problema aún resulta que como aficionado, el espectador espera del bueno de Clint algo más lustroso, o sea algo que no fuera un producto que podía haber firmado cualquier director que pasara por ahí.

No obstante, yendo a contracorriente de la opinión generalizada, uno advierte muchas referencias a películas anteriores suyas, aunque aquellas fueran objetivamente mejores. Cómo no recordar “El sargento de hierro”, o sus varias exaltaciones patrióticas que nunca faltaron en su cine, coherentes con su ideario político nunca ocultado.

Pienso que lo que quiere decir Eastwood es que si no fuera por la excelente preparación militar de dos de sus muchachos, a pesar de lo denostado que por mucha gente esté el asunto, difícilmente podían haberse convertidos en héroes. Algo así como cuando alguien dice que si vienen a salvarle de un incendio unos bomberos, es preferible que a uno le toque un tipo fuerte y poderoso, no uno con muchos estudios y más bien enclenque.

Como espectador debo decir que la película me pareció distraída y de escaso fuste. Y que si no la hubiera firmado Eastwood tanto yo como el resto del personal la calificaría de forma más benevolente. Es evidente que el californiano ha entregado a la posteridad títulos de más postín, como también me parece evidente que a sus ochenta y muchos años le da exactamente igual lo que diga el personal. Él quería volver a contar que no hace falta ser un genio para ser un héroe, que la heroicidad simplemente surge, que en su país –que él ama, y no se recata en decirlo, no como otros- aun sin grandes sutilezas hay gente sana y maja, y va y lo cuenta. Como además sabe filmar muy bien, y eso no se lo discuten ni sus adversarios, la cosa le queda apañada.

Dicho lo que antecede, algo que creo se trasluce claramente de mis palabras: que no ocupará lugar distinguido en su filmografía, pero que se deja ver sin problemas, y es simplemente discreta pero nunca aburrida. Ah, y ha conseguido que los propios muchachos que protagonizaron la hazaña se hayan interpretado a sí mismo, y además bien.

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