Money

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Fernando Gracia. Los productores de “Todo el dinero del mundo” se encontraron de repente con el asunto Kevin Spacey. Ya saben, ahora es un apestado. Supongo que seguirá siendo un buen actor, pero ya nadie lo quiere ver. O eso parece.

Tenían una película recién terminada, con un reparto estelar y lógicas intenciones de recuperar la inversión, nada floja por otra parte. Pero Spacey, que interpretaba un papel fundamental, el del multimillonario Jean Paul Getty III, no podía ser visto. Había que tomar una determinación y se tomó.

Se llamó al veterano Christopher Plummer, mucho mayor que Spacey, y en unos pocos días se volvieron a rodar las escenas en las que aparecía el personaje. El resultado ya lo conocen: nominaciones a la actuación del otrora barón Von Trapp, incluida la del óscar al mejor trabajo como secundario.

Así pues, de entrada ya había cierto morbo por ver cómo había quedado finalmente la película, firmada por si fuera poco por un tipo solvente dentro de la industria como es Ridley Scott.

El asunto prometía de entrada. Narrar –con unas cuentas licencias argumentales, eso sí- el secuestro de uno de los nietos del magnate por parte de la Ndranghetta, la sucursal calabresa de la mafia. Un hecho que muchos seguimos hace ahora 45 años –cómo pasa el tiempo-, y del que nos quedó grabada en la memoria la amputación de una oreja que sufrió el muchacho. Y eso que en este país estamos acostumbrados al corte de orejas, aunque sea en otro ámbito.

Debo decir de entrada que al margen de análisis más pormenorizados, el producto final me ha parecido sumamente entretenido. Evidentemente podía haber sido mejor, claro. Pero también infinitamente peor en manos de gente menos competente, que haberla la hay.

Scott maneja con oficio la acción, narrándola con aroma de thriller, y elevando las prestaciones cada vez que aparece en escena el personaje del abuelo del raptado. Un bombón de personaje al que sirve de maravilla un gran Plummer.

Todas sus intervenciones vienen a suponer un acercamiento a la vieja polémica del dinero y la felicidad. No suponen en sí mismas un tratado filosófico sobre el tema pero sí funcionan suficientemente bien como para mover a la opinión al respetable, que en su inmensa mayoría no nos movemos por semejante mundo.

Parece evidente que el guion ha añadido de su cosecha una serie de hechos e incluso de personajes que no tuvieron que ver con la realidad. De hecho ya se advierte desde un principio que estamos ante un filme “inspirado” en hechos reales, no que aquello sea estrictamente la realidad. Así, pues, parece evidente que los personajes de Mark Walhberg y Romain Duris tienen que ver con ese giro argumental.

Sin alcanzar grandes cotas artísticas, pienso que estamos ante un buen filme comercial, realizado con solvencia y oficio, correctamente interpretado –con nota especial para Plummer- y atractivo visualmente. No gozará, sin duda, de la atención de la crítica especializada, pero sí gustará a una inmensa mayoría.

Incluso servirá para dejarnos un poco más tranquilos en nuestra “no riqueza” personal. Saldrán pensando que están mejor sin ser ricos. Qué digo ricos, riquísimos. De esos que salen en la lista Forbes, una alineación en la que es más que probable que ni un servidor ni Vds. aparezcan nunca.

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