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Lulú

Escena de ‘Lulú’.

Francisco Javier Aguirre. El Teatro Principal ha ofrecido el pasado fin de semana la obra ‘Lulú’, de Paco Bezerra, bajo la dirección de Luis Luque. Un drama simbólico, plagado de referencias clásicas a la Biblia y a los mitos ancestrales, con un montaje un tanto ampuloso y un desarrollo que tiende a mostrar el lado oscuro del ser humano en un ambiente tenebroso.

La trama arranca cuando Amancio, encarnado por Armando del Río, un hombre viudo, dueño de una plantación de manzanos que mantiene con sus hijos, expone su tragedia al haber muerto su esposa mordida por una serpiente. Tras encontrar casualmente a una desconocida, medio desnuda y tendida bajo un árbol, la invita a descansar en la casa donde vive junto a sus dos hijos, Calisto, interpretado por César Mateo, y Abelardo, a quien da vida David Castillo. Ella confiesa llamarse Lulú, y es la clave del drama, que interpreta con soltura María Adánez.

“Lulú es esa mujer que encarna todos los miedos del hombre y que es la culpable también de todos sus males. Esa mujer que, a través del sexo, lleva al hombre a la perdición”, según define el autor a su personaje. Una vez que la mujer, superada la amnesia, logra integrarse en el hogar, los tres hombres, condicionados por el enorme magnetismo que desprende, le proponen dar un paso más en la relación. Ella se niega y descubre su verdadera naturaleza y su nombre propio.

Simboliza a una de las jornaleras que los tres varones, padre e hijos, tienen contratadas y alojadas fuera de la finca, para dedicarlas a la poda, recolección y demás labores de la plantación. A partir de ese momento comenzarán una serie de insólitos y misteriosos sucesos contra los que tendrán que luchar.

El argumento se desarrolla en un plano metafísico con la aparición del quinto personaje en escena, otro varón llamado Julián, a quien interpreta Chema León, una especie de exorcista, que propondrá soluciones a la maldición que ha caído sobre la familia.

Las interpretaciones masculinas resultan un tanto acartonadas, en exceso declamatorias, aunque congruentes con el ambiente en que se desarrollaba el drama, a cuya solemnidad contribuye también la banda sonora de Mariano Marín.

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