Fernando Gracia. Es evidente que la rivalidad entre deportistas es consustancial al propio ejercicio del deporte. Y más en los que se compite de forma individual. El tenis es uno de ellos. Y algunas de sus figuras han concitado la admiración de millones de seguidores, como fue el caso del sueco Björn Borg y el norteamericano John Mc Enroe.
Vi la película que ahora arriba a nuestras pantallas en el pasado Festival de San Sebastián y lo hice con ciertas expectativas ya que habían llegado a mis oídos buenas referencias. Debo decir de entrada que salí absolutamente complacido de la sala. E incluso convencido de haber visto una de las mejores películas sobre deporte profesional de toda mi vida.
Muchos pensarán que la propuesta está exclusivamente reservada a los seguidores de este deporte. Y no es así. Es evidente que si uno lo es el disfrute resulta mayor, pero el mérito final de la producción es que puede gustar a cualquier persona no tan seguidora, simplemente por la emoción que destila y por sus indudables méritos cinematográficos, incluyendo en estos una soberbia realización técnica.
Conseguir que la narración de unos hechos que cualquier mediano aficionado ya conoce acabe por resultar incluso emocionante, con suspense incluido, es mérito indudable del realizador y de su guionista, Janus Metz Pedersen y Ronnie Sandahl, perfectamente desconocidos por estas tierras.
Nos muestra el guion el mundillo que rodea una cita como la de Wimbledon y nos acerca a los finalistas dándonos algunas pinceladas sobre sus vidas privadas, haciendo hincapié como no podía ser de otra manera en sus caracteres aparentemente contrapuestos.
Podría pensarse que al tratarse de una producción sueca la trama se inclinaría más hacia el que fuera llamado “el tenista de hielo” y no es así. Tampoco se escora hacia el lado del díscolo americano. Intenta, y casi siempre lo consigue, mantenerse neutral y hacer hincapié en las contradicciones y complejidades de ambos.
Si me produjo satisfacción su visión fue porque a poco que uno analice son muy escasas las películas que se adentran en los entresijos del mundo del deporte profesional que alcanzan auténtico valor como producto cinematográfico. Haberlas haylas, pero les reto a que cuenten y verán como no son muchas precisamente.
La visión de la película lleva a recordar la también brillante “Senna”, sobre la rivalidad –esta mucho más enconada- entre el piloto brasileño y el francés Alain Prost. La diferencia estriba en que en la que ahora nos ocupa se trata un poco más la vida anterior de los protagonistas, circunstancias familiares incluidas.
Era fundamental que los actores que encarnaran a los personajes se parecieran lo más posible. En el caso del sueco lo encarna Sverrir Gudnason, con un gran parecido con el tenista. También en la vida real, ya que lo tuve en el palco de al lado viendo la película y recibiendo luego una atronadora ovación y les puedo asegurar que daba el pego.
Se parece menos Shia Laboeuf, pero con ensortijarle el pelo y ponerle su clásica cinta en el pelo se arregla la cosa. Y como quiera que el americano está enorme en su actuación el resultado no puede ser más interesante.
Lo dicho. Si les gusta el deporte en general van a disfrutar y mucho. Si se acuerdan del resultado del partido, da igual. Si no se acuerdan no consulten en internet. Y si son aficionados al bello deporte de la raqueta van a disfrutar como nunca. Y si solo les gusta el cine en general y aprecian un trabajo bien hecho, también darán por bueno el tiempo invertido en acercarse a la sala.