Fernando Gracia. En medio de una cartelera dominada por los llamados blockbusters se ha deslizado esta semana un filme coreano que muchos temíamos no fuera estrenado en nuestras pantallas. Vaya, pues, por delante mi felicitación a la empresa por dar esta pequeña satisfacción a los aficionados.
“A taxi driver. Los héroes de Gwangju” me ha parecido, así de entrada, uno de los mejores filmes vistos en lo que va de año en nuestra ciudad. Me consta que su carrera comercial no será precisamente brillante. Ya saben: coreana, en versión original, dos horas y cuarto, nadie conoce a los actores, etc. etc.
La acción nos sitúa en 1980, tras un golpe militar y las protestas estudiantiles en la ciudad de Gwangju. Un taxista de Seúl se arriesga a llevar a un periodista alemán hasta la ciudad donde se dice hay disturbios, absolutamente tomada por el ejército y cerrada al resto del país.
El filme comienza como una comedia. Incluso la banda sonora de ese principio suena a tal. Pronto se convierte en una suerte de road movie para acabar siendo una película de aventuras con trasfondo político cada vez mayor.
El excelente guion nos sumerge en la peripecia de esa pareja ocasional, que se entiende como puede a base de un precario inglés, donde el uno busca ganarse un buen dinero que tanto necesita para su complicada vida diaria y el otro filmar lo que apenas nadie va a poder hacer. Algo que ocurrió en realidad, ya que ambos personajes fueron reales y según se nos cuenta fueron los que propiciaron que aquella brutal represión fuera conocida en el resto del mundo.
El filme oscila de forma inteligente entre la sonrisa, la picaresca, la aventura, el drama, el honor y a la postre la profesionalidad. El taxista establece un contrato con su cliente y tiene a gala cumplirlo. En ese cumplimiento se le abrirán los ojos a la dura realidad y se le derrumbarán las mentiras que le sirve a diario el oficialismo. Algo que hace que la historia no deba verse solamente como un asunto local, sino que es extrapolable a infinidad de sitios y épocas.
Debo decir que a pesar de durar más de 130 minutos no se me ha hecho larga. Y es que las películas no “son” o dejan de ser largas. Se “hacen” largas o no. Como espectador uno empatiza con este taxista, que no es un santo ni un héroe al menos de partida. Y quiere que todo le salga bien. Y hasta se emociona con ese bello final que le lleva a rememorar el de “Los gritos del silencio”, aunque finalmente no sea igual.
Del director, Jang Hoon, no recuerdo estreno alguno por estas tierras. Estaremos atentos. El taxista lo interpreta Song Kang-ho y solo hay que decir que su sonrisa se come la pantalla. Más sobrio y también muy eficaz el germano Thomas Kretschmann.
Se estrena en versión original y se agradece. Se habla en coreano, inglés bueno, inglés malo, alemán y por señas. Hagan un esfuerzo y acérquense a verla. Si de verdad les gusta algo más que ir a pasar el rato en el cine, esta es una de sus películas.
Y repito, gracias a la empresa por ponerla. Lo que ya no se les puede exigir que además la mantengan muchos días si no sacan ni para la luz.