Fernando Gracia. Abordar las vidas de los artistas, y más si han acabado por ocupar un lugar importante en la historia con frecuencia tildados como genios, no es nada fácil. El género biográfico es un clásico de la literatura y se pueden citar un buen número de obras notables. El llamado biopic en el cine, no sé por qué razón, no goza de buenas críticas aunque gusten muchos de sus productos a los espectadores. Cabría reflexionar sobre ello.
Ni los acercamientos a las figuras de Toulouse Lautrec, Van Gogh o recientemente Turner gozaron de grandes reconocimientos por parte de los críticos, aunque personalmente los aprecié en sus debidos momentos. Algo así parece que va a suceder con este “Rodin” que con el rostro del cada vez mejor Vincent Lindon llega a nuestras pantallas.
Para quienes no somos expertos, Auguste Rodin resulta un personaje a priori interesante. Y si se ha visitado su casa museo en París, todavía más. Allí uno “descubre” que fue algo más que el autor del Pensador, como nos enseñaban en el colegio.
Ya sabíamos algo más de él los profanos porque su tormentosa relación con la hermana del poeta Paul Claudel nos había sido contada en “La pasión de Camille Claudel” y en “Camille Claudel.1915”. En tales ocasiones había sido encarnado nada menos que por Isabelle Adjani y Juliette Binoche. Ahora es la desconocida Izïa Higelin quien le presta su imagen, por cierto de forma muy convincente.
Jacques Doillon, director de amplia carrera y poco estrenado en España, nos presenta una estructura yo diría que teatral, dividida en diversos cuadros, con abundancia de texto, a la manera del teatro de Jean Claude Brisville, que en España hemos podido conocer gracias al gran actor José María Flotats: dramatización muy literaria de posibles conversaciones que personajes de por sí muy interesantes cabría pensar que tuvieron en momentos muy puntuales de sus vidas.
Este sistema narrativo, lógicamente pausado, hace que a veces la película decaiga un tanto, aunque en su favor cabe decir que su interés va en aumento a medida que transcurre. El ambiente está muy conseguido, favorecido por una espléndida fotografía y sobre todo por el extraordinario trabajo de Lindon, otrora habitual de las páginas del corazón por su relación con una princesa monegasca.
Por la película desfilan brevemente personajes fundamentales no solo de la cultura francesa sino universal, como Monet, Cezanne, Víctor Hugo o el poeta Rilke. La acción se desarrolla cuando Rodin ya es bastante mayor y comienza con el artista enfrascado en el proyecto de “la puerta del infierno” que le habían encargado. Se hace mención a su famoso grupo de burgueses de Calais –recuérdese la copia que pudimos ver en la calle Alfonso hace unos años en aquella magna exposición al aire libre- y sobre todo al encargo de una escultura sobre Balzac, ya reconocido como insigne escritor, fallecido unas décadas atrás.
La película trata su afición por las mujeres, la compleja relación con la también escultora Camille Claudel, con la madre de un hijo que no reconoció, del éxito que al parecer tenía con las féminas, su promiscuidad y lo difícil que era convivir con él. Todo ello en pequeños “tableaux vivants” que funcionan unos mejor que otros, y que a la postre desprenden un cierto aroma académico, por otra parte muy propio del cine francés “de toda la vida”.
No es película para todo el mundo, ni creo que sea de hecho una gran película, ni mucho menos. Pero sí me ha resultado muy interesante: funciona en su faceta didáctica, y más o menos cumple con la misión de acercarnos la figura de un tipo difícil como fue el escultor. Misión en el fondo casi imposible, porque ¿quién puede penetrar de verdad en el interior de un genio?