Fernando Gracia. Hace dos años triunfaba Rodrigo Sorogoyen con su thriller “Que Dios nos perdone”, aunque en los Goyas solo uno de sus protagonistas, Roberto Álamo, levantaba la estatuilla. Ya había llamado la atención con “Stockholm”, aunque apenas la viéramos unos pocos. Ahora, en medio de una apreciable expectación presenta “El reino” y se convierte instantáneamente en uno de los favoritos para los premios de principios del próximo año.
Como todo el mundo sabe, la cosa va sobre la corrupción política. Un tema no demasiado tocado en nuestra filmografía, donde solo advierto un título que podría comparársele, aunque solo se pudiera ver en la tele: “Crematorio”.
El comienzo nos sitúa allá por 2007. Un grupo de hombres más una sola mujer come y bebe a lo grande y se expresa con un vocabulario directo, procaz y soez en muchos momentos. Queda claro que la vida les sonríe, que son lo que se entiende como unos triunfadores. En cierta forma recuerda a algunas juergas de los brokers del “lobo de Wall Street” de Scorsese.
Buen número de ellos está metido en política. Autonómica, por lo que enseguida sabemos. No llegamos a conocer en profundidad sus negocios y sus trapicheos, solo que existen. Y es que la película no va de detallarlos, sino de lo que ocurre cuando la justicia investiga y empieza a haber encausados. En una palabra, cuando el asunto salta a los medios y, por tanto, a la opinión pública.
Es el momento en el que en el partido –con habilidad no se nombra a ninguno ni se hace referencia a localización alguna, aunque se intuye- se empiezan a poner nerviosos y a tratar que no les salpique. El guion se centra entonces en la peripecia de un tipo que ha medrado en “el partido” y que quizá algún día podría dar el salto al “estado” y que se da cuenta que a poco que se descuide se va a quedar en exclusiva con el “marrón”. Y que se plantea sacar a pasear el ventilador, como se dice en el argot. Y que cada palo aguante su vela.
Es evidente que a todos nos suena esta situación. Basta con estar medianamente al tanto de las noticias que en estos últimos años han salpicado nuestros medios informativos. El brillante guion, firmado por el propio director y nuestra paisana Isabel Peña, va subiendo el interés de la intriga, consigue que el espectador medianamente atento no se pierda y aprieta y aprieta la cuerda hasta un impactante final que vale por toda la película, si no fuera porque las casi dos horas anteriores ya valían por sí mismas.
Lo primero que hay que alabar de esta producción es la valentía de la misma. Luego habrá que añadir la excelencia de sus diálogos hiper realistas y finalmente la soberbia actuación de su elenco, con un Antonio de la Torre al frente que ya mismo se convierte en favorito para ganar todos los premios que se pongan por delante.
No hay que olvidar la presencia de Bárbara Lennie, en un rol secundario pero fundamental, despachando un mano a mano con de la Torre que puede acabar en nuestras antologías. Como tampoco cabe obviar al gran (en todos los órdenes) José Mª Pou, a quien ya esperamos en nuestros escenarios para que nos traiga su Moby Dick.
Y como guinda final anotar la presencia de nuestra paisana Laura Gómez Lacueva en una corta pero intensa secuencia, que defiende con el talento que por estas tierras le conocemos y que, afortunadamente, ya van conociendo en el resto del país.
Cine necesario, cine que hace pensar, cine brillante y por si fuera poco entretenido. Llamado a ser sin duda el gran éxito de este año en nuestra cinematografía. Cuando escribo estas líneas ignoro cómo le ha ido en los premios de Donosti. Iba en cabeza de las quinielas, lo que dicho a priori suele ser la mejor fórmula para no ganar.
Les puedo asegurar que cuando la vi en la sala no se oyó ni una mosca y que a la salida algunos nombres muy placeados estos últimos años andaban en la boca de muchos, aunque eso, aun siendo importante, no tiene por qué ser sinónimo de buen cine. Pero es que el producto final de Sorogoyen también lo es.