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Buscando una salida

‘Entre dos aguas’ de Isaki Lacuesta.

Fernando Gracia. Isaki Lacuesta ha ganado dos veces la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Algo que está al alcance de pocos y, siendo un director español, aún menos. Podría decirse, por tanto, que ocupa un lugar alto en el escalafón, aunque realmente no es así. De hecho apuesto que es un ilustre desconocido para la mayoría de los espectadores.

Nunca comprendí cómo le dieron el premio la primera vez –’Los pasos dobles’, rareza que aquí ni se atrevieron a estrenar-, y tampoco acabo de comprender que lo haya recibido esta segunda, a pesar de que la película me ha interesado mucho más. Aunque estas cosas de los premios y los palmarés son muy complicadas de entender.

‘Entre dos aguas’, título que nos recuerda a Paco de Lucía, entronca con un trabajo anterior del director, ‘La leyenda del tiempo’, en el que la figura de Camarón aleteaba por la trama. Seguramente por esa razón, para dar sensación de continuidad han recurrido a un título que enlace musicalmente ambos trabajos.

Con un tratamiento muy cercano al documental, la acción nos sitúa en la bahía de Cádiz, en un ambiente desolado, por donde andan los mismos jóvenes de la película anterior, que entonces eran unos críos y ahora son adultos cuyas vidas han seguido caminos diferentes: el hermano guapo e inquieto que quería conocer mundo solo ha salido de su deprimido ambiente para ir a la cárcel por trapicheos de drogas, mientras que el hermano que quería quedarse por allí ha acabado enrolado en la Marina Española como panadero y ha visto mundos que ni imaginaba.

Lacuesta nos presenta sus día a día, sus cuitas, sus anhelos por mejorar, dejándoles hablar en su habla cerrada, que a veces cuesta entender a quienes no estén muy acostumbrados a oírla. La naturalidad con la que hablan y se desenvuelven los personajes en lo que bien podríamos considerar un falso documental -¿acaso hay alguno que no lo sea?- es su mejor arma, aunque el director incurra en continuas reiteraciones, acaso para recalcarnos la idea de la monotonía y de la falta de expectativas que aletea en todo momento por la trama.

No es una película cómoda de ver, pero no está exenta de interés. Cuando menos sociológico, cual si viéramos uno de esos reportajes de las cadenas de televisión que nos quieren contar las realidades más crudas.

Con una hábil utilización del paisaje que le confiere un plausible toque de autenticidad, aunque con una duración de dos horas y cuarto que opino podría haber sido aligerada sin merma alguna, Lacuesta despacha un filme notable, aun con todos los reparos que se le puedan poner, que los hay.

Estamos ante un director singular, curioso, de carrera difícil de encasillar, que gusta mucho en los festivales aunque tiene problemas para abrirse camino en las salas. Pero a quien hay que otorgar crédito por algunos aciertos conseguidos hasta ahora –“La noche nunca acaba” o “Cravanvs.Cravan”, para quien suscribe- y por los que pueden llegar.

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